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Mi vida en Heterolandia

En Heterolandia la gente suele hablar de si misma y no se da cuenta de que existen personas en diferentes, y muchas veces peores, situaciones que uno mismo. Así un habitante de ese país puede llegar a creer que todas las personas tienen las mismas oportunidades. Y que si alguien no está en la elite es porque no está preparado para ello, porque no se lo merece. No se plantea que muchos no tienen sus mismas posibilidades, o, ni siquiera sus mismos objetivos. Así puede pensar tranquilamente que los habitantes de Maricalandia, no habitan en Heterolandia porque no se esfuerzan en ser como hay que ser y se dejan llevar por la vaguedad, las bajas pasiones y, a veces, las perversiones. Que son personas de otro tipo. De tipo inferior, claro. Ni siquiera se plantean que es un tipo de vida que puede no interesar a alguien.

Pero dentro de Maricalandia ocurre algo parecido. Por ejemplo, pensemos en un presentador de un magazine de tarde, habitante de Maricalandia con título honorífico, escritor recién premiado por uno de los mejores premios del país, simpático, divertido, casado y feliz. Pensemos que, gracias a la promoción de su último libro, tiene, no una, si no miles, de entrevistas que hacer, frases que decir para que la gente sepa lo inteligente que es, y que además, míralo, tan alto que ha llegado y con los pies en el suelo. Él tiene la oportunidad que a muchos se les niega. Y la aprovecha. “No entiendo que aún se den situaciones en que alguien no se atreva a confesar su homosexualidad por miedo.” Y tan a gusto. Además el periodista, o el maquetador, o hasta la propia revista, le hace un destacado. Que no se diga. En la letra pequeña, en el contexto, se pone más fino. “Está claro que hemos hecho algo mal.” Claro, amigo. Hemos hecho mal en creernos que ya hemos solucionado todo, que todo el mundo puede casarse, pasear de la mano en lugares públicos, decir: “Soy homosexual y soy feliz”. Hemos hecho mal creyendo que todos estamos al mismo nivel. Hemos hecho mal en olvidar que existen más personas en el mundo, a las que no les importa casarse pero que antes tienen que solucionar problemas de homofobia en su entorno. Nos creemos que el único signo homofóbico de los habitantes de Heterolandia es, como ejemplifica nuestro personaje, cuando una mujer le dice a su marido en voz alta que no puede compartir el ascensor con él, elegante, pero con pluma. Y que con recriminárselo en público se arregla el asunto.

No entiende el presentador que en este país aún hay gente que es humillada, de forma más cruel y, a veces, menos sutil. Y que si se encara le regalan una visita al hospital más cercano. Que él está protegido por fama, por su dinero, por su poder. Que existen otras realidades, además de la suya, donde el día a día es más difícil.

Tampoco entiende que también hay homofobia en Maricolandia, pero en este caso de poderoso a débil, y que a veces puede salir de la boca de uno mismo sin que nos demos cuenta.

Sí, hemos hecho algo mal, estamos haciendo algo mal y lo seguiremos haciendo mal si no nos damos cuenta de que la solución no son esas dos leyes que tanto hay que agradecer. Lo que esta mal es que, como dice Paco Vidarte en Ética marica, “nos hemos quedado sin nada que decir”, nos hemos quedado en un desfile rosa algo absurdo, en un vacío.

Los que están arriba, los que ya lo tiene todo, han dejado de luchar. Y se han olvidado de los que no pueden hacer nada. Que les importa, si ellos ya tienen lo que querían.

Iñaki Echarte Vidarte

Mi vida en Heterolandia son un puñado de reflexiones que hace Iñaki, nacido en 1977, sobre su entorno. Podéis leer su blog, o podéis seguirlo desde el principio en dos manzanas (biografía incluída).

Nosotros, por nuestra parte, no podemos más que aplaudirle por ser la voz de muchos, y añadirlo a nuestro paraíso perdido.



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