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Un blog a 60 pulsaciones por minuto


32

Es curioso cómo una entrada a veces se atasca. Ésta ha estado escrita tres veces, y tres veces la he borrado. La razón era simple. No se debe escribir cabreado, y menos cuando el cabreo es por temas personales. Y es que duele mucho, y cabrea, tenderle la mano a alguien y que te peguen una puñalada trapera por la espalda. Pero oye, es el peligro de ser un convencido del software libre y de llevarlo también como filosofía de vida además de como filosofía en el trabajo. Estás mucho más expuesto, y estas cosas pasan.

Supongo que dos traiciones (o una compartida) en siete años, de todas formas, es un buen ratio. Excelente, dirían las estadísticas. Pero las traiciones no duelen por el hecho en sí. Las traiciones duelen por la decepción y la desilusión asociadas. Por la preocupación de cómo vas a hablar ahora de personas por las que antes diste la cara y defendiste en más de una situación. Pero todo pasa, la vida sigue, y los baches de la carretera quedan atrás.

Una vez superado el trámite en mi cabeza soy capaz de volver a encauzar esta entrada, así que allá voy. Ésta es una entrada personal. La escribo porque creo que es importante superar las cosas. Mi forma de superar las cosas y dejarlas atrás es escribir sobre ellas. También es mi forma de agradecer las cosas, y mi forma de reflexionar. Así que aquí voy. 32.


  1. Es sólo un número. 2013 también es sólo un número, pero qué número. El año 2013, en casa, lo recordaremos siempre como uno de los peores años de nuestra vida.

El año no empezó bien. Llevábamos varios meses de irregularidades médicas, y los problemas se iban agravando cada vez más. El punto final fue Enero, cuando el sistema volvió a fallar. Todavía, de vez en cuando, sueño con aquel día. Espero ser el único. Lo tengo grabado en la mente, sobre todo por la escena que le monté a Fran en el coche, en medio de un ataque de pánico.

Ese día experimenté cómo es morirse. Poco a poco, pero demasiado rápido. Tu corazón cada vez late más lentamente. Tu respiración se acelera y, de repente, te das cuenta de que no estás cogiendo aire. Te agobias. Sudas. Sufres. Sabes que no puedes hacer nada para remediarlo. El momento es muy corto, pero se hace muy largo. Cierras los ojos. Dejas de ser consciente de que hay algo alrededor. Y sientes que todo se apaga.
En ese momento llevar una salvaguarda en el pecho no es suficiente. ¿Y si falla? ¿Y si no salta? Es un aparato tecnológico que fácilmente se puede estropear con un imán. ¿Estará a pleno rendimiento? Curiosamente, en ese momento el AP es más una fuente extra de estrés que una tranquilidad.

Después de haber estado en un coche llorando de impotencia diciendo entre hipos entrecortados «no quiero morirme, no quiero morirme», todo se ve de otra forma.
La adaptación a la nueva medicación ha sido complicada, pero muchos factores, internos y externos, han hecho que haya sido posible seguir con una vida bastante normal.

Las primeras semanas la medicación pegaba muy fuerte. Andar era complicado. Levantarse era complicado. Pensar era complicado. Estar de pie era complicado. No marearse era complicado. Pero había animales que atender, que limpiar, y que sacar a la calle. Y una escalera que subir para llegar a la ducha y a la cama. Sólo un día dejamos que todo aquello nos superara y dormimos en el sofá. El resto del tiempo, pasito a paso, y muy lentos, Pongo y yo nos levantábamos por las mañanas y nos íbamos al parque. Nos aprendimos cada desnivel de nuestra urbanización, aparentemente plana, y descansamos al final de cada mínima cuestecita para no marearnos. Es increíble la paciencia que tienen los perros. Después, al mediodía, nos íbamos por detrás del colegio, y por la noche al camino hacia el pueblo. Aprendimos también que no podíamos hablar y andar al mismo tiempo. Y así pasaron las semanas.

A la tercera semana me reincorporé al trabajo. Con chófer, por supuesto. Los días que era capaz de levantarme de la cama sin marearme, Fran me llevaba y me dejaba en la puerta del edificio de la oficina. Desde ahí tardaba 4-5 minutos en recorrer los 100 metros escasos que hay hasta la puerta, sufriendo hasta el peso del portátil (menos mal que no llega al kilo).
A la cuarta semana, me fui a Granada (de nuevo con Fran como chófer) a un curso de Scrum, intentando volver a la normalidad. Tener allí a Jero, y que fuera el profesor, me daba también la confianza suficiente para hacer el primer movimiento grande, y todo fue bien. Quizá fue demasiado pronto, pero también fue una revelación importante: querer es poder.

La recuperación ha sido todo un cúmulo de circunstancias, como todo en esta vida. La casa, con su infinita escalera y todas sus habitaciones. Pongo y todas sus necesidades de salidas. Fran y sus insistencias en sacarme de casa y que me moviera. La familia, que no ha parado de venir de visita, de sacarnos, de movernos, de entretenernos, de hacernos crecer. El jardín, que también tiene trabajo. La empresa… Escribir un artículo como éste tiene una razón principal: compartir las reflexiones.

Pongo ha entendido muy bien, durante todo este tiempo, que he(mos) tenido limitaciones. Un perro que vive su vida tirando de la correa cuando está en la calle, intentando arrastrarte, se ha pasado meses yendo pegado a los pies, sin tirar, simplemente acompañando. Tener un animal que depende de ti y que tiene necesidades ha hecho mucho de terapia. Me ha hecho salir y andar al menos dos veces al día desde el segundo día que volví a casa.

Una casa de dos plantas tiene escaleras. Normalmente, las habitaciones están arriba. Una escalera… hay muchas formas de subir y de bajar una escalera. De hecho, se pueden subir a cuatro patas, y se pueden bajar arrastrando el culo. Y si lo repites muchas veces, se convierte hasta en la forma natural de subir y bajar las escaleras. Además, si subes la escalera a cuatro patas tienes altas probabilidades de que el enano se crea que estás jugando e intente morderte las manos y chuparte la nariz.

La bañera está en el cuarto de baño que está en el dormitorio. Una bañera no es una ducha. Hay que entrar. Levantar una patita, durante un momento hacer equilibrio sobre una pierna, meter la otra, sentarte, no resbalarte, no matarte… todo con mucho cuidado.

También hay que cuidar del resto del zoo. El resto de animales necesita cambios de suelo, comida, limpieza… todo eso es actividad física suave, que no viene nunca mal. Además, lo bueno que tiene es que es obligatoria.

Fran, aparte del apoyo moral, también contribuyó de muchos otros modos. En abril del año pasado se tiró una semanita en el hospital, y todo se dio la vuelta. El miedo a volver a coger el coche por pánico a los mareos se desvaneció a causa de la necesidad de conducir. Y la necesidad de estar acompañado en todo momento para estar sereno también hubo que dejarla a un lado. Las prioridades cambiaron, y en ese momento nos dimos cuenta de que también podíamos hacerlas cambiar nosotros.

Después de haber pensado que nunca más volvería a montar en moto, el año pasado estuve en el circuito, me pegué una ruta a Marbella y otra a Tarifa. Fue un año corto en kilómetros, pero muy satisfactorio. A partir de ahí hemos ido explorando nuestros límites con mucho cuidado. Me propuse durante un tiempo ir a un evento mensual, y después de tener que anular tres asistencias decidí no intentar forzar las cosas, y jugar con un calendario mucho más amplio.

También cambié, de nuevo, mi visión empresarial. Me había centrado en el pánico. En la necesidad de buscar a alguien que me sustituyera cuando no estuviera. Que mi socio pudiera seguir con lo que estaba haciendo, teniendo un reemplazo. Y, de nuevo, la visión era equivocada. Todos somos adultos, y capaces de hacer muchas más cosas en caso de que no pudiéramos seguir haciendo la actual. Y nuestro enfoque siempre ha sido el de divertirnos en el trabajo. ¿Por qué esa absurda obsesión?

Hemos llegado aquí. El mes pasado pusimos el ’32’ encima de una tarta. En muchos momentos, durante el 2013, creí que no llegaríamos a conseguirlo. Que nos quedaríamos por el camino. Y durante ese año estuvimos en San Francisco, disfruté de la familia, di paseos en moto, disfruté de los amigos, hice cosas grandes en el trabajo, disfruté de mis animales, y disfruté de Fran.

En 2014 tengo claro que nos queda mucho por delante.

Estoy disfrutando como nunca de lo que estamos haciendo en el trabajo. Hemos recuperado la esencia Mecus, y parece que sólo tengamos ganas de crear cosas nuevas y de no parar de enseñar. Muy pronto empezaremos de nuevo con nuestros programas de verano y, si todo va bien, con nuevos becarios.

También estoy disfrutando como nunca lo he hecho de la familia. Siempre que podemos nos juntamos. Siempre hemos estado a la misma distancia, pero ahora los fines de semana no paramos de ir de un lado para otro. Y de hacer cosas juntos. También he recuperado los contactos perdidos. Al final, cuando todo falla, lo que queda es la familia, y siempre hay que cuidarla como te cuida ella a ti.

Y estoy disfrutando como nunca de mi extraña relación con Fran. Porque ya no sé dormir solo, y los días que no está duermo en el sofá. Porque, después de todo este tiempo, vuelven las mariposas al estómago cuando lo veo después de toda la mañana fuera. Porque sigo disfrutando de su compañía. Porque cada noche nos vamos a la cama riendo. Porque hace que todos los días sean especiales. Porque me ha empujado a vivir. Porque soy feliz cuando estoy con él.

Estos dos últimos años (y los anteriores, aunque en menor medida) han sido bastante complicados. Durante el proceso he perdido contacto con mucha gente. He dejado de ir a sitios, he dejado de ver a amigos, y algunas relaciones se han perdido. Por un lado me apena. Por otro lado, es ley de vida. Muchos no somos capaces de evaluar ciertas situaciones hasta que las vivimos. Es lo que nos pasa de niños. Somos crueles con quien tiene «problemas», y nos reímos de ellos, porque todavía no tenemos la capacidad de ser empáticos.

La situación es compleja. Es aleatorio que nos levantemos bien. Que podamos salir. Que podamos ir de fiesta. Que podamos ir a algún sitio. Que podamos quedar con alguien. Que nos estemos ahogados después de terminar de subir esa cuesta. Billetes, todos con seguro y retornables, por si acaso. ¿Cómo me levantaré mañana? ¿Y pasado? Dos fines de semana seguidos de actividad, cuidado. Mejor ir sólo a uno de los eventos, y reposar. ¿Hay dinero en la cuenta? Ahorramos un poquito, y salimos a comer, o compramos algo que queramos. Mañana puede que ya no lo necesitemos.

Lo importante es conocerse uno mismo, y conocer tus límites. Si quieres hacer algo, hay que  tener mucho cuidado de no forzarlos, para intentar asegurar (aunque nunca se sabe) que no vas a fastidiarlo. Porque las mañanas todavía cuestan. ¿Pero a quién no le cuesta levantarse de la cama un lunes por la mañana?



4 respuestas a «32»

  1. Las entradas personales de este blog siempre son memorables. Me gustaría poder escribir así. Genial 🙂

  2. Quiero complementar tu reflexión con un poema de la jerezana Pepa Parra que he leído hoy. Casualidades de la vida:

    DÍAS DE VINO Y ROSAS

    La vida habrá de darme más rosas y más vino.
    Habré de ver el mar desde el puerto de Rodas
    una noche de agosto calurosa y festiva.
    Todavía tendré del amor las guirnaldas
    enredadas al cuello, y aún dormiré en los brazos
    de un dios irreverente la ebriedad y el exceso.
    Aunque tal vez mi cuerpo descubra entonces marcas
    del dolor, ademanes que la piel no derrota,
    la vida habrá de darme mi parte del asombro.

    Y gracias por compartir.

  3. Gracias por hacer ese esfuerzo añadido de poner en palabras escritas ¡lo vivido! Gracias por buscar ese trocito de voluntad diaria para SEGUIR VIVO, Gracias por saber agradecer la ayuda compartida de los que te quieren y a los que quieres… GRACIAS por ayudarme a sentir que la semilla dá FRUTO. Un beso, Charo

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