Doce y media de la noche. Seis personas cualquiera charlando en medio de la calle, en una de las nuevas aceras de la Alameda. Una charla animada, nada más. Dos personas que se encuentran con otras cuatro, y se paran a ver qué tal han ido las vacaciones.
Doce y cuarenta. Se nos acerca la policía. ‘Si van a entrar en algún local, vayan dentro. Si no, dispérsense. Aquí no pueden estar.’
Me lo habían contado, pero creía que era una exageración. ¿Franco no había muerto ya y con él toda aquella represión? Todavía tengo cara de lelo. El policía en cuestión tenía porra de esas que se ven y hacen daño y cara de pocos amigos, así que ni siquiera hemos intentado dialogar.
Nos hemos venido a casa. Sake caliente, película y catximba para todos. Todavía no me lo creo.
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