– ¿Qué tal estás?
– Bien, muy bien.
– ¿Pero aquello te dejó secuelas?
– Las mismas, no han cambiado. Sólo no me puedo acercar a los imanes.
(risas)
– ¿He dicho algo gracioso?
– Ni a los imanes, ni a los altavoces, ni a las cocinas, ni a los ordenadores…
– Ya, bueno, pero es como todo. Como las alergias. Te acostumbras y ya está.
– Sí, sí. Lo mismo que si eres Superman y te dicen: «¡Hála, machote! ¡Este es tu planeta! ¡Repletito de kriptonita! ¡Sé feliz!»
[…]
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