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Una jaula de cristal

Creo (creo) que el primer día del que fui consciente fue el día 6 de Febrero. Lo sea o no, es el primer día que recuerdo.
Cuando desperté esa mañana, lo primero que vi fue un techo que no reconocía. No me asusté. No lo reconocía, pero no me inspiraba nada. Levanté un poco la cabeza, y vi que estaba en una cama. Una cama extraña, porque estaba en medio de ninguna parte. No había nada a los lados, y nada a los pies. Cuando me incorporé un poco (mejor dicho, cuando hice el intento) encontré que tenía enfrente una pared, blanca, con dos alturas, como si hubiera allí una pequeña habitación.
Me recosté de nuevo. El pinchazo hizo que se me pusieran los vellos de punta, y cruzó por mi mente el que recuerdo como mi primer pensamiento consciente: duele.

Llegó la hora de visitas, y no sé cuánto tiempo había pasado desde el momento en volví a recostarme. Bastante, porque ya no me dolía y cuando alguien entró intenté volver a levantarme. Y esta vez me estaba levantando más rápido, porque los que entraban por la puerta eran mi madre y Carlos, seguidos de mi padre. Esta vez el pensamiento se transformó en un pequeño quejido, la cara blanca, y mi madre acompañando mi movimiento hasta quedarme acostado de nuevo. Si hubiera sido consciente de más cosas en ese momento, probablemente habría visto a las enfermeras, al otro lado del cristal, moviendo la cabeza de un lado a otro y diciendo: «otra vez».
Una conversación vacía. «Qué tal estás», «cómo has dormido», «¿te duele?», «¿qué tal la comida anoche?». Sonrisas y caras alegres. Turno para otros, y tiempo para ver a Bau y a Arancha. «Me alegro de veros, qué tal van las cosas».

Ha pasado la media hora de visitas. Momento para explorar el entorno. A un lado, una enorme pared de cristal con una cortina y una puerta. Fuera, un pasillo. Más allá, una explanada. Otro pensamiento consciente: no estoy en un primer piso.
Miro para la derecha. Y me doy cuenta de que estoy en una cabina de cristal. La pared de la derecha es completa de cristal, con otra pequeña puerta, y desde mi cama puedo ver un mostrador con dos enfermeras. ¿Dónde estoy?

La comida. Veo a mis hermanas. Estamos todos allí. Las caras de todos son un poema. La mía no tiene expresión, más allá de la de dolor que casi no expreso, cuando me incorporan para comer. Las suyas, supongo que de circunstancia, con su mejor color. La comida no tiene sal. No sabe a nada y es de dieta. La dejo casi completa, pero me guardo la tarjeta. â?? «Tienes que comer». â?? «Creo que mi prioridad ahora es volver a tumbarme». Con un gesto de dolor me tumbo mientras farfullo algo que… vete a saber qué era. Tenemos una conversación entre todos, en la que participo mínimamente, y se van.

Después de no-comer, dormir un rato. Me dejan recostado, con la cama un poco levantada, pero sin poder moverme. Busco una postura, y por mi mente se cruza un pequeño pensamiento… como si fuera obvio por qué estoy allí. Todavía no soy consciente de qué hay fuera, al otro lado del cristal. Ni siquiera soy consciente de que llevo unos cuantos cables enchufados. Todavía no coordino. Sólo sé que me duele. Un pensamiento básico. No necesito saber, ni comprender, que me he roto todas las costillas.



3 respuestas a «Una jaula de cristal»

  1. P.S.: He preferido seguir una pequeña línea temporal. La localización espacial ya tendrá su capítulo.
    Y el día tiene más horas. Pero es lo único que recuerdo y que soy capaz de poner en pie.

  2. Sigo leyendo admirada e interesada. Algún día contaré yo mis experiencias paranormales y es que no hay vida que no tenga encuentros en la tercera fase. Me parece muy valiente tu sinceridad, la verdad.

    Me tienes que explicar el porqué de todas esas referencias al color naranja en tu blog porque yo que soy torpita no acabo de pillar…

  3. Me parece muy valiente tu sinceridad, la verdad.

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