Miércoles.
Como cada miércoles, la ciudad todavía no duerme. Está aquí, recordando lo que ha pasado de la semana. Y ya nos enseña un pequeño esbozo de lo que queda por llegar.
Y en el proyecto escribimos ésto:
La Alameda.
Lugar de reunión de personas y personajes. De creaciones. De creadores.
Lugar de encuentro. Espacio alternativo.
Ã?nica.
Arantza me aplaudió esta introducción. Yo hoy la siento demasiado real.
Ayer hice uno de los peores exámenes de mi vida. Curiosamente, porque no lo hice. Y no recuerdo ya desde cuándo no dejo un examen sin hacer, apareciendo después de la hora del término, para tomarme un café. Un pequeño fracaso. Pero no estaba preparado.
No me fui a comer con Pedro, por no tener hambre. Y, cuando me entró, comí solo.
Los niños montaron una verdadera revolución en clase. Y terminamos saliendo tan tarde como siempre.
Después, un poco de trabajo. Sin conseguir terminar dos de las entrevistas de la forma adecuada.
Y por la noche, La Alameda. Cuando pensaba quedarme en casa, ordenando cd’s y dvd’s que tenía por ahí, para relajarme, Antonio me dijo que me bajara con él a los botellines un rato. Terminé con lo que estaba haciendo, y bajé. Y allí, aunque tarde ya para tomarme el primero, me encontré con esta gente. Personajes. Artistas. Creadores. Gente que me hace sentir vivo. Que cuando me cuentan sus historias lo hacen siempre de tal forma, que me siento partícipe de ellas. Lleno. Pleno.
A los botellines le siguió el Chiringuito. Se respiraba ambiente alternativo. Y no me sentía un extraño en él. Y hubo reencuentros. Allí estaba, después de tantos años, Atreico. No hablamos. Ni nos saludamos. Pero nuestras miradas dijeron mucho. O lo dijeron todo. Y no se hará esperar demasiado el reencuentro, en momento y lugar más adecuados.
Y Fernando. Y Lucía. Y Cova. Y Benve. Y, por supuesto, Antonio. Mi anfitrión. Que me ha abierto tantas puertas desde que vivo con él, y me ha mostrado un mundo que desconocía por completo.
Y esa noche se completó con Mártires del Compás, volviéndonos a casa y riéndonos un rato.
La mañana de hoy debía ser larga. Pero no lo fue en realidad. Entre mis dvd’s encontré uno que echaba mucho de menos. Lo metí en la unidad, y las imágenes empezaron a surgir. En la pantalla, y a la vez en mi cabeza, y en mi corazón. Lo echaba tanto de menos que la pantalla del ordenador se cerró a las cuatro y mucho de la mañana, con una almohada mojada y uno de los peluches retorciéndose del dolor de los apretones.
Por la mañana no me dio tiempo a coger un tren. Y volví a casa, y repetí la sesión de cuatro horas y media de cine. Y dos lágrimas, en el momento menos oportuno, volvieron a surgir. Y entendí qué era lo que en realidad se estaba tocando.
Esta tarde ví a Cova al volver del trabajo. «¡Nos vemos esta noche!» Pero esta noche he faltado a la cita. Esta noche me he ido con una gran amiga a charlar del mundo, de la vida. A que me cuente sus historias. Sus agobios. Sus problemas. Y a que me hable de sus sentimientos. De por qué está así.
Querer a alguien, pero no poder parar de pensar en otras dos personas, no es nada fácil. Ni fácil es tener en esas circunstancias una relación, e intentar mantenerla. Mucho menos si quien está compartiendo su vida contigo casi te dobla la edad, y es de un país extranjero, donde las costumbres no tienen nada que ver con las de aquí.
En su agobio, le pedí que le diera tiempo. Que un momento de crisis no es momento de tomar decisiones. Que las parejas se deben romper en momentos en los que los dos estén al 100%, y sepan que no son el uno para el otro. Pero no en momentos de crisis. En esos momentos es cuando se necesita apoyo. Alguien que esté ahí. Que ponga el hombro. Que ayude. Que escuche. Que sea tu consejero. Y quién mejor que alguien con quien compartes tantas cosas.
La dejé en la puerta de casa, pensando si iba a visitarle o no. «Ve. Y cuando llegues, dile que no quieres terminar la discusión hoy. Que lo necesitas, y que quieres que duerma contigo, abrazado, y que mañana será otro día.»
A las cinco de la tarde se le caía el mundo encima. A las once y pico de la noche tenía una sonrisa en la boca, y otra en el corazón, pensando que todo en esta vida tiene solución, y que sólo es cuestión de paciencia y enfoque.
Cuando volvía a casa no pude evitar ponerme a pensar. A darle vueltas a la cabeza. Cinco minutos antes, en el mismo Badulaque en el que cenábamos, estaban Carlos y Rubén. Que por fin ha superado sus 15 años mentales, y a partir de hoy todo con su ‘letra’ es… distinto. Y yo no puedo más que alegrarme por él. Porque me alegro. Pero el camino a casa ha vuelto a traer los viejos recuerdos.
Porque fue anteayer, antes del examen, cuando mi pasado cercano se reencontró conmigo. Se acercó, y me dijo «¡eh, estoy aquí! Y todavía siento algo por ti».
No es fácil. Porque me paro a pensar, y es la única persona que me ha querido ahora. Que no es alguien de un pasado que haya querido al cuervo. Que ha querido al bióxido, sin haber tenido su antigua sombra. Aunque en ocasiones, porque todavía soy muy pequeño (un añito nada más), haya tenido que aguantar su peso.
Me quiso, y me quiere. Aunque no sé de qué manera. Le quiero, pero no es amor. Porque todavía no me encuentro preparado para dar un nuevo paso.
Y le doy vueltas y vueltas a la cabeza. Y sólo tengo vagas conclusiones.
¡Estoy escribiendo teatro! Porque tengo historias preparadas, pero están escritas en forma de guión. Intenté presentar RavaGe a un concurso de novela corta, pero fui incapaz de darle la forma correcta. RavaGe es el guión de un cómic. O de una serie de animación. Pero no de una novela. Marioneta es un diario, un tanto extraño. Quizá al estilo Perfect Blue. Y Lucrezia es un serial. Porque no soy capaz de estructurar una novela, aunque sea corta.
Ahora, una obra de teatro. ¿Por qué? Porque estoy montando algo con el mundo de la creación, y no soy capaz de crear nada. De dibujar. De fotografiar. No tengo visión. No tengo nada. Y un día, un chico al que no conocía de nada, me preguntó que si escribía, porque la palabra escrita para él era la mejor forma de expresión. Y aquí estoy.
Y en un proyecto con una base informática. Porque no sé si la informática es mi futuro, o mi vida. Pero desde el 96 llevo con ella. Y no es momento de parar. Porque si paro ahora, y cambio de dirección, habré desperdiciado una vida. Quizá no siga realmente por ahí. Pero no puedo tirar el trabajo a la basura.
La Alameda. Le debo mucho. En este rinconcito he encontrado mi presente. Aquí pretendo encontrar mi futuro. Y aquí he conseguido, poco a poco, reencontrarme con mi pasado y descubrir quién soy en realidad. Aunque quede mucho por hacer.
También queda Alameda para rato. Sus gentes se renuevan, pero los antiguos siempre permanecen. Crecen. En todos los sentidos. Y forman una gran y auténtica comunidad. Tanto, que esa comunidad de software libre que durante tantos años he defendido y me ha hecho sentir vivo, hoy me hace sentirme vacío y apagado, delante de la pantalla de un ordenador. Porque alamedarse es llegar a una esquina, y encontrarte con un millón de amigos. Ver que con sus 22 años se convierten en niños de 17 cuando les toca el amor. Y que son capaces de sentirlo y disfrutarlo de la forma más sana y natural. Dar dos pasos más, y tener setenta ideas, veinte proyectos en común. Y siempre tiempo para un café. O para una cerveza.
Arantza ha querido acompañarme también en éste viaje. Y eso es lo que me ha dado el verdadero empujón.
Por ésto, y por todo lo que cada uno de ellos lleva en su interior, nació el proyecto. Espero que podáis verlo muy pronto y presentároslo formalmente.
AlamedArte
Muy pronto.
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