El chakra no cesa. Ha llegado de nuevo a mi vida, y no para de hacerme pensar, compatir y experimentar. Y es que cuando alguien no ha salido nunca de tu vida, pero se ha alejado, cuando vuelve lo hace mejor y con más fuerza. No es la primera vez que me pasa, pero sin duda es una de las más satisfactorias.
Hace un rato estábamos en una calle cualquiera que no es tan cualquiera. Quince años pasando por delante, y hoy ha pasado algo distinto. En vez de mirar, observar. En vez de oír, escuchar. Y descubres que tu entorno cercano, ese que ves todos los días, el que se ha convertido en paisaje y al que ya no le prestas atención, está lleno de cosas, de momentos, de recuerdos.
Me ha hecho pensar. Y que lo haga a diario es una de las cosas que más aprecio del chakra.
He venido a casa paseando. Observando el camino. Escuchando a mi alrededor. Y me he acordado de la última vez que lo hice.
Era lunes. Volvía de casa de Mara, y eran más de las tres de la mañana. Esta vez la arguila no me esperaba en casa. Se había venido conmigo en la visita, y se había quedado en su casa. Pero llevaba la suficiente carga, y la suficiente conversación con otro de mis chakras, para que el camino ese día fuese distinto.
Empecé a caminar. No había nadie por la calle. Sólo yo y el silencio. De vez en cuando el ruido de algún coche al pasar. Pero sólo yo.
Caminar. La mochila no pesaba. El cuerpo no existía. Sólo la mente y el pensamiento. Recorría de nuevo el camino de vuelta. Quedaba una semana para acabar el curso, y se tornaba raro pensar que ese camino, esa ruta, ya sólo lo haría dos veces más. Camniar, dejándose llevar por los sentidos. Sólo sonaban los pasos, y un ti-ti-ti-ki acompasado a cada paso del cascabel del tobillo. No sé si hacía frío. El cuerpo ya no estaba. Sólo el camino, que ahora se convertía en una aventura, mientras mi mente dibujaba una historia digna de ser escrita. Una de tantas que, al llegar a casa, y como siempre, no escribiría jamás. Pensamientos y reflexiones que se entrelazaban, se separaban, cruzaban sus caminos, y volvían a tener sentido.
Hoy, volviendo a casa, ha venido a mi mente Salamanca. Recuerdos de una casa a medio construir. Cuando sólo había paredes y columnas, y una única planta construida. Un espacio vacío en el que habíamos colocado las camas de cualquier manera, y dormíamos los tres.
Recuerdo una noche en la que no encendimos la radio. Una cinta, llena de canciones. Los tres nos pusimos a cantar, y cerca de la una de la mañana llegó mi padre a pegarnos dos gritos por estar haciendo ruido. Para callarnos y que ellos pudieran seguir, en la otra casa, con sus copitas sin que nadie les molestara.
Esa cinta todavía existe. Y está llena de recuerdos. Todavía está en mi mente, íntegra, una canción que hoy ha vuelto a mi mente en el camino de vuelta.
Quizá hoy me siento así. Quizá hoy la arguila está mejor que nunca. Quizá su efecto es el más estúpido de todos. Porque, sin más, el caramelo y el agua lo único que hacen, con su humo, es nublar mis sentidos por la falta de oxígeno.
Porque hoy no espero nada.
Antonio Vega – Esperando Nada
Voy a revelar una historia que es a veces mentira y otras, no es verdad
me quedé sentada esperando la llegada de la suerte, no podía tardar
y pasó tanto tiempo que llegué a ver sombras en color
y pasó tanta gente por delante que nadie me vio
esperaría de pie que al anochecer
se fundiera con la tarde y el amanecer
como un vendaval a mi paso se revuelven
los trozos de un quemado papel
y creció a mi lado como un árbol toda una ilusión
y creció a su lado monstruosa toda una obsesión
En plena noche a eso de las tres
algo se acerca y no se deja ver
abre mi puerta quiero entrar y salir
y refrescarme antes de repetir
vivo en la calle estudio de aprendiz
con libros que en la escuela nunca vi
abre mi puerta quiero entrar y salir
y refrescarme antes de repetir
me perdería de pie esa sensación de encontrarme con las cosas por segunda vez
La oportunidad de buscar en los cajones un recuerdo que amar
y pasó tanta gente por delante
que nadie me vio …
Deja un comentario