Hoy me iba a acostar temprano. Ha sido un día muy largo. Y no es que la cama me llame. Es una pequeña necesidad de descansar, de estar con uno mismo, y de intentar seguir adelante.
Suena raro, ¿verdad? Parece el inicio de cualquier escrito depresivo. Pero es simple cansancio.
Esta tarde estaba ya un poco agobiado y salí a tomar un café. Café, que se unió a otro café, y que terminó con las compras del fin de semana (globos para una actividad con los escultas) y con una nueva remesa de caramelos de menta fumables. Después, vuelta a casa y finalización del ya largo trabajo. He conseguido ¡por fin! terminar la dichosa práctica. Sé que mis compañeros están un poco moscas por el retraso en la entrega, pero tenemos un profesor más que comprensivo. La he estado retrasando y retrasando en la entrega porque he estado dándome mil y un cabezazos con las esquinas. Una de esas cosas que crees que tienes superadas, pero no. Cuando tienes que plantearte un poco de pensamiento lógico de nuevo, tu mente se bloquea. Es una sensación más que extraña. Sabes que eres capaz de hacerlo, pero es imposible conseguirlo.
Recuerdo los exámenes de Junio del año pasado. Llevaba una semana estudiándome la asignatura, y no tuve más remedio que dejarla por imposible dos días antes del examen por frustración máxima.
La situación era sencilla: un sistema de ecuaciones. Tres ecuaciones, tres incógnitas. Trivial, pensé. Primera ecuación. Intentas despejar a. Con la segunda y la tercera, le das valor. Creas otros dos sistemas, ya sin a. Te quedan dos ecuaciones con dos preciosas incógnitas b y c. Sólo hay que seguir despejando…
A las dos horas y media, cinco folios garabateados se quedaron en la esquina de la mesa al tiempo que me daba una ducha fría. Después de 20 minutos volví a la habitación. Nightwish a toda leche en los auriculares, cabeza hacia atrás en la silla, ojos cerrados, y a esperar a que acabara el disco. Con la guitarra al menos era bueno. Era.
La asignatura ya está aprobada, pero siguen quedando reminiscencias estúpidas de aquella época. Para más tocanarices, ha tenido que pasar en la semana fantástica de UniCienBlog. Me agobié un poquillo, lo normal, pero ya todo ha pasado, y la práctica también está resuelta. Ahora que está hecha me toca contarles a mis compañeros todo ésto, que están que muerden conmigo. Y me han ofrecido ayuda tres veces diarias mínimo. Pero son esas cosas que hay que superar de la era bióxida, o siempre estarán ahí.
Y… en realidad esta noche no iba a escribir nada en el blog. Porque tengo mil historias atrasadas sobre la gente de UniCien, sobre los que comentan, sobre los que no, un pequeño post en la recámara sobre La Caminante… pero el último artículo que he leído me ha llegado al corazón. Y entonces me ha dado por limpiar la arguila, que tenía un poco de solera de la semana pasada, y estrenar el caramelo nuevo. Sentarme, llenar de humo la habitación, y dejar que mis manos corrieran un poco sobre el teclado.
Hoy abro un nuevo apartado en el blog. Su nombre, El paraiso perdido (sin tildes, para que technorati no se haga un lío). Y seguro que os imagináis de qué va a ser después de esta primera entrada que os reproduzco aquí abajo. Rosa, Chache, vais a salir mucho por aquí.
Al fin
Por fin me crucé contigo y no te reconocí.
Aunque no fueras tú.
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