Martes, 9 de Octubre de 1996.
Hace casi dos semanas que no escribo nada en mi diario. Supongo que estaréis esperando tener noticias mías. Saber qué me ha pasado. Si he muerto. Si sigo vivo. Si sigo estando en la calle.
Como ya os conté, la última vez estuvo bastante cerca. La bala atravesó limpiamente el cerebro. Entró por la frente y fue abriéndose paso, poco a poco, hasta salir por la parte posterior de la cabeza. No acertaría a decir cuánto tiempo pasó. Supongo que décimas de segundo. Pero lo sentí como si fuera toda una eternidad. Como si la bala entrase muy poco a poco. Muy lentamente. La sentí chocar contra mi frente. Y en ese momento fue como si todo se apartara a su paso. Como si se estuviera acercando un proyectil hirviendo, fundiendo todo lo que encontrara en su camino como si fuese mantequilla antes siquiera de tocarlo. Atravesó el cráneo, pero no como si lo estuviese desgarrando, sino como si fuese abriéndose para dejar paso al proyectil. Una vez dentro, el cerebro iba experimentando un cambio de forma, como si las aguas se separasen al paso de Moisés. Muy lentamente, esperando que la materia gris le dejara paso poco a poco para seguir su camino, y que se cerrara de nuevo después de que hubiera pasado. Y, al llegar al final, de nuevo atravesar el cráneo, carne, piel y hueso, para chocar contra la pared.
No sé si es realmente lo que se siente cuando una bala te atraviesa la cabeza. O si fue efecto del LSD. Lo único que puedo decir es que me alegro de que ese policía tuviera tan buena puntería. Si no fuera porque su disparo fue perfecto, ahora mismo puede que no os estuviera escribiendo esto. Si le hubiera alcanzado en un ojo, no sé qué me habría pasado. Si el pánico se habría apoderado de mí. O si, por el vínculo empático, habría perdido yo también el ojo.
Gracias, señor Andrews.
Os preguntaréis qué habrá pasado por el chico. Si os digo la verdad, no lo sé. He estado aturdido cerca de una semana por el impacto, así que no he podido ver las noticias. Supongo que estará muerto. Una bala le ha atravesado la cabeza. Y no mucha gente sobrevive a eso. Seguramente nadie lo haya hecho.
Y yo, después de dos semanas, sigo en casa. Eso puede significar muchas cosas. Pensemos como lo haría un policía. Como un buen policía. Como lo haría el señor Andrew. Ponernos en el lugar de otros es algo que sabemos hacer muy bien, ¿verdad?
¿Qué pensaríamos que ha pasado si, después de tres meses persiguiendo a un asesino en serie, hubiera encontrado a un chico adolescente en una habitación, empuñando un arma, con el cuerpo sin vida de un magnate de las finanzas de Nueva York en el suelo atravesado de lado a lado por cuatro o cinco balas del mismo calibre que el arma? ¿Qué pensaríamos? No, no. Pensad con lógica policial. Como lo habría hecho el señor Andrews. Ian sólo tenía 17 años. Probablemente estaría pensando al verlo que sólo es un chico al que las hormonas le han hecho hacer alguna tontería en casa, y que el tipo que está en el suelo era su padre. Hasta que Ian levantó el arma y le apuntó a la altura de la garganta.
En ese momento, frente a un adolescente nerviso, ¿qué podía hacer? Sus hormonas son más fuertes que su capacidad de razonar y de sentir. Y el señor Andrews lo sabía bien, porque su pequeño Albert tiene esa misma edad. Pobre señor Andrews. Un disparo certero, y una parte de la sustancia gris del cerebro de ese chiquillo esparcida por el suelo. Tan limpio, tan rápido… Perfectamente ejecutado para que no sufriera, para que ni siquiera sintiera que la bala le atravesaba. Al fin y al cabo, el cerebor no tiene muchas terminaciones nerviosas.
¿Quizá lloraste después de eso, Mike?
La sorpesa vendría después. Cuando descubrieran que el que estaba tendido en el suelo, atravesado por unas cuantas balas, era un importante magnate de los negocios que venía a Londres a ver si conseguía sacarnos de la «humillación pública» a la que nos vemos sometidos a nivel mundial. Qué iluso. ¿Cuándo aprenderán los políticos de este país que la revolución tiene que hacerse desde dentro? Es un error buscar revolucionarios fuera, que ni sienten ni padecen lo mismo que nosotros. Y mucho menos entre los americanos. ¿Quiénes son ellos para meterse en nuestros asuntos? No, ésta es nuestra guerra. No la suya.
Marioneta fue el segundo trabajo que escribí, después de RavaGe, que presenté al concurso de novela corta en 2003.
Marioneta fue un trabajo inacabado del año 2004, del que sólo escribí dos capítulos. Ésto es la mitad del primero.
La primera idea fue presentarlo al concurso del año siguiente. Pero visto que el nivel no daba ni para pipas (el mío, quiero decir), pensé en abrir un pequeño blog tipo Lain o Perfect Blue en el que ir contando estas cosas, y ver si conseguía tener algo de repercusión y que la gente se fuera enganchando.
Del 2004 al día de hoy han cambiado muchas cosas. Anda por aquí mi mitad bióxida, que hace que ya no escriba igual. Así que no sé si lo continuaré. Pero os iré poniendo también los otros, y me los vais destripando, a ver si aprendo algo ;o).
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