Ayer llevamos a Mordi al veterinario. Le costaba un poco respirar desde por la mañana y nos estaba preocupando un poco. La preocupación era fundada. Del veterinario nos volvimos, ayer noche, con un transportín vacío y muchas lágrimas en los ojos.
Llevaba dos años y medio con nosotros. Era el bichejo más antiguo de la casa y nuestro niño mimado. Tanto, que hasta estuvo de viaje con nosotros. Estuvo calentándose con nosotros durante el invierno junto a la chimenea, durmiendo con nosotros en las noches más frías, cuando helaba en el campo, correteando por el césped junto a la piscina…
Siempre ha sido un bicho muy ruidoso. Esta mañana, al levantarme y escuchar la casa en silencio, se me ha caído de nuevo el alma a los pies. Me han faltado sus buenos días, sus llamadas de atención pidiendo comida. Le he dado su pimiento matutino a Kapi, su hermanito, como todos los días. Es el primer día de su vida que pasa sin él, y en vez de comer se ha puesto a dar vueltas por la jaula, buscando a su hermano. Y yo no he podido más que ponerme a lagrimotear de nuevo.
Es increíble lo mucho que se quiere a estos bichos. Increíble lo mucho que se les echa de menos cuando no están. Increíble lo que se hacen querer, lo que te quieren, y lo imprescindibles que se vuelven en tu vida.
Dicen que el día después es el peor, cuando te das cuenta del vacío que han dejado. Yo sólo sé que esta rata ha vivido como nadie, y que nos deja con un gran vacío, pero muy contentos de haber disfrutado juntos todo este tiempo.
Os dejo unas cuantas fotos de una de las sesiones de peluquería cobayil. Dentro de poco tendremos que pensar en buscarle a Kapi un nuevo hermano. No quiero que tenga que volver a sentirse tan solo como esta mañana.
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