Os pongo en situación:
RaveN, además de dedicarse a frikear, también imparte actividades extraescolares de informática (concretamente de Guadalinex) a monstruitos de entre 5 y 11 años de edad. Va a dos colegios de Sevilla de los que hablará mucho (si nadie lo remedia), y los diferencia entre «el bueno» y «el malo», con intención de no ofender ni señalar a nadie.
Hoy me tocaba el bueno. El miércoles pasado no dimos clase porque estábamos de fiesta, y hoy por fin, después de dos semanas en una clase insulsa, hemos conseguido subir a los ordenadores. Una clase nuevecita para mí. Con la sorpresa de la llegada y primera entrada…
Entro en la clase y me encuentro… ¡15 ordenadores! Cabe decir que me habían dicho que el aula tenía 20, y que tengo 19 alumnos. Así que me tocaría hacer que se sentaran algunos de dos en dos. Y, la verdad, muy cómodos. Cuando los pruebo, por supuesto, sólo funcionan 12, y de ellos, uno no tiene creado el usuario que tan amablemente me han asignado, poniendo un bonito cartel en la pared en un tablón para que lo vea (menos mal que me dio por mirar, si no, todavía sigo buscando la clave… porque éstos directores son rebuscados con cojones a la hora de poner clavecitas…).
Pues subo a los niños y una clase estupenda. Y cuando estoy bajando, la madre de Elena me está esperando. Y con cara de mala leche. Ya empezamos…
La madre me viene con la queja de que su niña ha tenido que compartir ordenador, y que en la reunión de padres les dije que tenían un ordenador por alumno. Y a quejarse, y aspavientos, y más aspavientos…
– Señora, cálmese un momento.
– Ésto no puede ser. Nos dijeron que había un ordenador por niño y…
– Un poco de calma. Mirusté (como Aznar xD). Le dije eso porque en el colegio me dijeron que el aula iba a tener 20 ordenadores. Pero tiene 11 en funcionamiento, y como usted comprende…
– ¡Ésto hay que arreglarlo pero ya! ¡Ésto no puede seguir así!
– Mirusté (again xD), yo tengo un programa pedagógico y un programa didáctico que seguir. Le puedo asegurar que los niños han estado muy cómodos en clase, que tienen espacio para poder utilizar los equipos, y que se lo han pasado bien.
– Pero mi niña… ¡no tenía un ordenador para ella!¡Ha tenido que compartir ordenador!
– (Y dale…) Mire, yo soy el profesor. Me dan un aula y unos alumnos, y me adapto a sus necesidades, para que estén cubiertas y todos vayan aprendiendo al mismo ritmo.
– Ya, pero mi niña estaba compartiendo ordenador.
– Las quejas por equipos debe hacérselas al equipo directivo. Yo ya le digo que sólo soy el profesor y cumplo con mi trabajo.
– Es que las cosas hay que decirlas y yo las digo en cuanto pasan. Y ésto tenía que decirlo.
– Pero no es a mí a quien tiene que decírselo. Entiendo su queja, pero no es ningún drama.
(para qué dije nada…)
– Es que…
– Y mire, tal y como estamos de alumnos y equipos, tendrían que compartir equipo un día al mes más o menos. Vuelvo a decirle que no es ningún drama.
– Pues si hay 11 ordenadores, mi niña estaba apuntada de las primeras. Si los que se han apuntado después no tienen ordenador, no tienen que quitárselo a mi niña. Que no vengan. Pero ella tiene derecho.
– (Yo a cuadros. Supuestamente las madres se llevan bien y son compañeras del AMPA y esas cosas…) Er… le repito una vez más que yo cumplo con mi trabajo. Que no es responsabilidad mía…
¡Y aquí habla la niña!
– Es que Paloma estaba conmigo. Es que Paloma no me deja aprender.
Como diría Iñaki, ¡tócate el escroto!
Me giro para la niña y le pregunto, x supuesto, sobre lo que ha aprendido hoy. Y me dice que sabe reconocer las ventanas, los iconos (es la primera clase básica y tienen 5 años), redimensionar ventanitas, e incluso que ha estado unos 5 minutos jugando. Entonces miro a la madre.
– Es que no tiene que compartir ordenador.
Y la salva la campana (teléfono). Yo, a cuadros. Sin poder creérmelo. Flipando, vamos. Es que… de no entenderlo.
Después me acuerdo de que Paloma llegó tarde, y que Elena le hizo mil aspavientos diciéndole «¡Aquí, aquí, siéntate conmigo!». Pero delante de mamá es otra cosa.
Después decimos de los niños, que salen egoístas. Una de mis funciones en el colegio es darles un poquito de educación. Enseñarles a compartir. A trabajar en grupo. En equipo. Y cada día me doy más cuenta de que echo de menos a mis rangers y a mi grupo scout.
Pero me quedo con una frase que incorporo a mi vocabulario. Para los restos.
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