El fin de semana pasado tuvimos un ‘pequeño’ atasco en casa. Tan pequeño, que nos encontramos que el fregadero se convertía en un atascadero sin posibilidad de que aquello tragara el más mínimo de agua.
Como buenos fontaneros, hicimos el gran descubrimiento del mundo: si abrimos la portezuela de abajo del fregadero, llegamos a las tuberías. Y, una vez allí, abriendo el codo, el agua cae y se vacía tanto el fregadero como las tuberías.
La primera vez, por supuesto, hicimos eso. Y después, decidimos que íbamos a buscar algo para desatascar. «Sosa casuística de esas» decía Nacho. Antonio no estaba, se había tenido que ir por trabajo, así que nos encontramos Nacho y yo solos ante el peligro. Pero yo me tenía que ir, así que dejé las cosas así como estaban, y me fui de fin de semana.
El domingo por la tarde llegué de mi gran odisea por Madrid (de la que hay mil historias que contar, pero mejor en otra entrada, que si no me quedo sin cosas que contar).
Bueno, pues llegué, y al entrar en la cocina me encontré con la más cruda realidad. Mi casa, mi casa, se había convertido por primera vez en lo que realmente es: un piso de estudiantes. Una cocina llena de platos, vasos, cacharros sin fregar… Toda una visión apocalíptica que no me esperaba al llegar.
Peeero… así estaba la cocina. Imposible. Y en ese momento, con mi cara descompuesta, llegó Antonio. «No te preocupes, que mañana compro yo el producto éste para desatascar». Así que me confié, y me fui a dormir.
A la mañana siguiente empezó mi ‘semana fantástica’. Levantarte a primera hora, y a la facultad. Te pones a preparar el curso de Linux, y después te vas a trabajar con los niños. Y cuando vuelves, te pones a preparar el curso en casa de tu compañera antes de llegar a casa. Y cuando llegas… todo sigue igual. Igual no, porque hay más cosas todavía acumulándose en la cocina.
Es cuando empiezas a pensar que algo ha ocurrido ésta semana. Que en ésta semana hay una conjunción planetaria, y que los niños van a estar imposibles y revolucionados toda la semana. Que vas a tener algún problema económico. Que se te va a estropear algo. Y que vas a tener algún problema más que va a hacer que tu semana acabe tan bien como ha empezado. Es decir, fatal.
Por la noche Antonio llega con un producto extraño. No recuerdo cómo se llama, pero le ha costado una pasta y su composición es muy curiosa: Ã??cido Sulfúrico 95%. Hmmmm…. Muy mal… Pero, aún así, se nos ocurre echarlo en las tuberías, mientras escuchamos cómo reacciona con lo que quiera que tuviera dentro. Empezó a sonar bajo el fregadero, pero el sonido fue continuando a lo largo de toda la pared, hasta llegar detrás de la lavadora.
Eso no me pintaba demasiado bien, pero bueno…
Al cabo de un rato, echamos un poco de agua. Para probar. Y aquello seguía atascado. Así que esperamos a que tragara, y echamos el resto del producto extraño (otro medio litro) en la tubería. Y nos fuimos a cenar.
Antes de dormir tuve la feliz idea de levantarme y tirar directamente para el fregadero. Como siempre, mi memoria bióxida se había olvidado de todo lo que había acontecido y acaecido con anterioridad, y hasta que no pasara algo que me lo recordara, no iba a procesarlo mi cabeza para intentar fijarlo una vez más en la memoria no volátil.
Pues bien, me acerqué al fregadero y eché un poco de agua. Fregué dos vasos, y dije: «sigue atascado». Así que me dispuse a vaciar el fregadero, como había hecho el día anterior. Abrí la portezuela, puse el cubo, me agaché, y me puse a desenroscar el codo de la tubería. Ese es el momento en el que todo se cruza por tu mente, cuando a la segunda vuelta ves que empieza a salir por la esquinita de la rosca un líquido negro que… te recuerda ¡al ácido del día anterior!
Cuando lo vi me quedé sin saber muy bien cómo reaccionar, y lo único que se me ocurrió en ese momento fue terminar de desenroscar el codo y que pasara lo que tuviera que pasar. Y pasó. Un caño completo de ácido a no sé qué concentración después de tanto mezclar con agua se hizo feliz paseándose por mi mano. No os cuento cuánto corrí para llegar al baño y meter el brazo debajo de agua. Me quedé allí un buen rato, debajo del agua, pensando en que aquello picaba y picaba. Miraba la mano, y seguía ahí entera. Así que empecé a relajarme un poco, aunque no me había dado tiempo todavía a darme cuenta de qué estaba pasando.
Con la mano aún debajo del agua, empecé a darme cuenta de que el brazo también me picaba. Claro, me picaba menos que la mano, así que no me había dado cuenta siquiera de que un trozo de mi antebrazo estaba echando humito y se estaba consumiendo poco a poco. Movimiento rápido de brazo, y ya estaba debajo del agua limpiándose un poco. Y cuando dejó de picar, empezó a picar de nuevo la mano. Y más y más.
Después de unos 5 minutos, saqué la mano y me fui a buscar una botellita pequeña de agua. Una botellita, para dejar el dedo anular (qué casualidad) metido dentro de la botellita al fresquito del agua. Porque jodía tela, y no dejaba de picar.
Me acordé de aquella historia urbana (y no tan urbana) que cuenta que si dejas el dedo, o la mano, de alguien que está durmiendo, en agua, se mea. Sólo hay que ver también ésta tira de Orneryboy acerca del tema.
Por la mañana me levanté perfectamente. Encontrándome con un trozo de brazo menos (un trocito muy chiquitito) y sin haber mojado la cama :P.
Todavía no acaba la cosa. El final de la historia, mañana ;o)
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