MirĂ© por la ventana. Estaba lloviendo. Y eso era ya casi una sorpresa. Cualquier londinense de a pie no se habrĂa preocupado demasiado y simplemente habrĂa abierto su paraguas para intentar mojarse lo menos posible con la lluvia semi-ácida de estos dĂas. Pero hacĂa ya dos semanas que sobre el suelo de Londres no caĂa ni una gota de lluvia. PensĂ© que esta noche muchos londinenses llegarĂan a casa con agujeros en la ropa y heridas en la piel. Y el viento lo estaba haciendo todo aĂşn más difĂcil.
Me levantĂ© de la cama y mirĂ© el reloj. Eran cerca de las nueve de la noche. No sĂ© por quĂ© habĂa dormido tanto. Recuerdo que lleguĂ© muy cansado a casa, a eso de las cinco de la tarde. HabĂa sido un dĂa agotador en la fábrica, con demasiado papeleo y muchos pedidos atrasados. En estos dĂas los pedidos se multiplican. Todo se hace cada dĂa más difĂcil. Pero no sĂ© cĂłmo pude dormir cuatro horas. Hace años que no duermo más de dos horas seguidas. Es muy extraño.
Lo primero que hice fue darme una ducha. La necesitaba. Además, si pensaba salir a la calle, preferĂa salir con la cabeza mojada, para que si algo de lluvia llegaba a alcanzarme, resbalara lo máximo posible. DespuĂ©s me vestĂ, y me puse mi gabardina, una que me comprĂ© hace años y que, gracias al cielo, aĂşn no tiene ningĂşn agujero. Es de un buen material. Fue un regalo de cumpleaños que me hizo mi esposa, creo. O la comprĂ© de verdad. Hace ya muchos años de eso.
SalĂ a la calle y comencĂ© a caminar. Hacia la Torre de Londres. SabĂa que tenĂa que encontrarme allĂ con alguien. No recuerdo con quiĂ©n exactamente. Creo que se trataba de alguien de la fábrica con quien tenĂa que cerrar un trato. Recuerdo que el jefe me comentĂł algo de cerrar un trato, sĂ. AsĂ que me dirigĂ hacia allĂ. Por el camino no encontrĂ© a demasiada gente. Supongo que todos estarĂan en casa, resguardados de la lluvia, a esas horas. La gente decente de este paĂs no anda a esas horas por la calle. Saben que es peligroso. Y menos si está lloviendo. A veces compadezco a los mendigos que viven en la calle. Me pregunto si alguno habrá muerto a causa de la lluvia. Viene siempre acompañada de ese viento infernal que te hace imposible esconderte de ella. Ni debajo de los puentes deben estar seguros.
Cuando lleguĂ© allĂ, distinguĂ de lejos una figura, no demasiado clara, pero que parecĂa ser un hombre. Estaba parado, sin paraguas, y miraba hacia mĂ. Cuando me vio se dio la vuelta y comenzĂł a andar. Le seguĂ.
Por fin se parĂł debajo del puente que pasa cerca de la Torre. Ese entre la calle Thorndale y Witch. TardĂ© unos 15 segundos en darle alcance. Y una vez allĂ, cuando estuvimos frente a frente, no sĂ© lo que pasĂł.
El siguiente recuerdo que tengo es el de estar en casa, acostado. Llamaron a la puerta, y me despertĂ©. PensĂ© que todo habĂa sido un mal sueño y me levantĂ© para atender la llamada. Me puse mi batĂn rojo, regalo de mi esposa, y me dirigĂ a la puerta. Cuando abrĂ, dos policĂas me agarraron y me esposaron. Y me trajeron aquĂ.
– ÂżEs todo lo que recuerda?
– SĂ. Eso es todo lo que recuerdo.
– ÂżCĂłmo se llama usted?
– Dave. Barker.
– Bien. Muchas gracias.
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