Hay veces que me pongo a escribir, y me sale la vena de talibán. Es bueno, de vez en cuando también hay que desahogarse.
Esta mañana, en la parada de autobús, nos despedimos. Una despedida normal, cualquiera, como se despedirían dos personas que tienen una relación. Andaba una señora cerca, y nos miró. Pero no es que nos viera. Es que nos miró. Mirada fija, penetrante, sostenida, y sin desviarla. Hasta que se la devuelves. Y a los cinco segundos, cuando no ha reaccionado, te pones a mirar hacia otro lado y te pones a hacer otra cosa mientras sigue manteniendo la mirada fija en ti.
Esta mañana no ha sido la última vez que ha pasado. También ha pasado esta tarde. Y pasó ayer. Y la semana pasada. Y tantas veces… Miradas groseras, que crean malestar, que te hacen pensar si estás haciendo algo mal.
Sí, lo estás haciendo. Estás rompiendo un convencionalismo por la mitad. Un convencionalismo social que está más que extendido. Y es un problema. Porque ya decides hacerlo planteándote que la gente es transparente, que no son personas que te importen. Ni su opinión, ni cómo te miren. Porque si ya no es grave que la gente vaya de negro, con New Rock y los pelos de colores, y los piercings son algo normal, ésto también terminará normalizándose.
El primer problema es que a alguien le toca romper con el convencionalimo. Y lo haces porque estás cansado de que la apariencia social sea más importante que la felicidad personal.
El segundo es el precio que se paga por ello.
Cuando no había pelos de colores, la gente no hablaba de ellos. No había piercings, no se hablaba de ellos. Aparecieron, y se criticaron. Hasta el infinito. Pero no son pecado. Y poco a poco la juventud fue asumiéndolo como una moda más, y la sociedad tuvo que claudicar y aceptarlo. Y se aceptó, sin más.
Cuando la homosexualidad no estaba en las calles, en las familias no se hablaba de ello. Estoy seguro que todas esas miradas fijas de estas semanas van a terminar en palabras sentenciadoras en las respectivas familias acerca del tema. Ahora se habla de ello. Pero se habla mal. Se crea opinión en pequeños y jóvenes, que cuando empiezan a desarrollar su sexualidad se encuentran, si han tenido la mala suerte de que les guste las personas de su mismo sexo, en una encrucijada de la que es difícil salir, sabiendo que tienen de base el rechazo de la familia. O, por el otro lado, que hayan tenido la suerte de cumplir con el cánon establecido y la familia y la sociedad los convierta en pequeños talibanes contra la causa.
Como siempre, quizá me equivoco. Sólo hablo desde la experiencia personal, de la propia y de la de haber escuchado a tantos amigos, de haberles ayudado, y de haberles servido de apoyo para salir adelante en situaciones difíciles. De gente que ha tenido que soportar palizas dentro de sus propias familias para ‘ver si así se le quitaban las tonterías esas’, de haber sido desplazados en sus grupos sociales, de haber sido despedidos de trabajos, rechazados, apartados… De ver cómo amigos eran asesinados en el nombre de Dios porque eran antinaturales. De librar batalla tras batalla por… ¿por qué?
Un poco de historia. La homosexualidad es natural. Ha sido natural durante miles de millones de años. Incluso en la Edad Media, donde el catolicismo ya existía. ¿Y ahora llega la famosa religión con sólo dos mil años de historia y en las cruzadas decide que es uno de los mayores pecados?
Y lo consiguió. ‘Enfermo‘ y ‘discapacitado‘ son de las cosas más suaves que se escuchan, seguidas de ‘antinatural‘. No somos personas. No se nos trata como personas. Llegamos a cualquier sitio, y lo primero que hacen es ponernos una pegatina, como a los judíos en los campos de concentración, y después se preocupan de conocernos, pero teniendo conciencia de que lo que tienen delante no es una persona, es un homosexual.
Mucho tiempo me he dejado llevar (años) por la situación. Y he optado por no comunicar, por evitar ciertos temas. Por no hacerlos evidentes. Por hablar siempre claro, pero en tercera persona. Nunca le he dicho una mentira a nadie sobre este tema, porque uno se hace esas promesas de no negarse nunca a sí mismo para crearse una personalidad sólida y afianzar sus ideales. Y piensas que en algún momento todo se va a normalizar. Pero no. Lo único que pasa es que llega el momento en que te haces lo suficientemente fuerte y estás lo suficientemente curtido como para que sólo te importe lo que piense la gente que de verdad te importa y está a tu alrededor. Que el resto te resbale. Y que si llega el momento en que anteponen un gusto, una opción personal, a darse la oportunidad de conocerte, de trabajar contigo, o de cualquier otra cosa, adiós muy buenas. El mundo está lleno de gente.
Después dicen que la homosexualidad es endogámica. Y es culpa nuestra. Hemos salido a la calle creyendo que podríamos hacer ver a la gente que somos personas iguales que ellos. No hay ejemplo más simple que ir por la calle llamando discapacitado y enfermo a todo aquel al que no le gusten las judías verdes, por ejemplo. No se llama discapacidad. Se llama diversidad. Pero igual que en Rumanía los rumanos de cierta edad tienen todavía el chip en la cabeza de robar siempre que tengan oportunidad, porque hubo una época en la que si no robaban eran incapaces de mantener a sus familias, en España no nos hemos quitado el chip de Franco. Y lo estamos haciendo mal. Muy mal. Porque estamos haciendo que nuestros hijos lo hereden y queden anclados en el pasado.
Recuerdo una conversación con mi tía, en la que estábamos hablando de mi ahijado, y me dijo algo bonito que yo estropeé.
– ¿Sabes? Me gustaría que cuando creciera fuese como tú.
– No, como yo no. Por tu bien, que te salga hetero.
Quizá desde fuera se ve desde otra forma. Pero esta sociedad no es que lo esté asimilando poco a poco. Es que no lo está asimilando en absoluto. Y estamos, poco a poco, involucionando y creando verdaderos talibanes.
Ësto ha sido sólo desahogarme un poco por todo lo que he visto estos días en la calle. Por suerte, estoy rodeado en lo familiar, lo personal y lo profesional en gente que sabe quién soy, cómo soy, y lo que les importa soy yo, y no el resto de mamarrachadas. Y después de este mes y medio de ver tantas cosas a mi alrededor, también es mi forma de daros las gracias por ser como sois, y por estar ahí.
Podéis daros todos por aludidos.
Deja un comentario