Ayer nos juntamos unos cuantos y nos fuimos de cena. Cuando estábamos de camino, preguntaron a dónde íbamos. Cuando le dijimos que a un japonés, tuvimos una mala cara.
– ¿Hay algún problema?
– No, no, vamos donde queráis. Pero yo ahí no como. Yo os miro comer y me tomo una cerveza.
La curiosidad me mataba. Después de comentarle lo que hay que comentarle a todo el mundo, que no sólo de pescado crudo viven los japoneses, pregunté por qué. Y se escuchó la primera perla de la noche.
Es que a mí la comida asiática en general me da asco. Lo guarros que son en la cocina y cómo la preparan.
Normalmente me gusta discutir las cosas, argumentar, etc. No lo hago con los dogmas de fé. Con las cosas que la gente tiene como leyes inamovibles.
Me da por preguntar si alguien más tiene problemas con algún tipo de comida étnica y si podemos ir a un turco, y una mano discreta se levanta diciendo que las comidas indias tampoco gustan. Al momento siguiente también se descartó la posibilidad de mejicano, y ni pregunté la posibilidad de llevarlos a un griego.
Oye, ¿y si nos lleváis a un sitio típico de aquí? A comer montaditos.
Montaditos. Vale. No nos planteamos siquiera el McDonald’s sevillano a.k.a. 100 montaditos, y nos llevamos el paquete de gente a una taberna de barrio. Montaditos, sitio no muy limpio, con sillas de feria, y al parecer todo el mundo más a gusto que un arbusto. Lo que son las cosas.
Estas cosas te hacen pensar. Te hacen pensar acerca de los prejuicios. En la facilidad de criticar sin conocer. En lo exigentes que somos con algunas cosas, y lo laxos que somos con otras. En nuestra cultura en general. Del riesgo que somos capaces de aceptar los emprendedores. Porque, ¿con qué cara pides a otros que se arriesguen, inviertan, confíen, prueben tus productos, si tú no eres capaz de probar cosas nuevas y estás llenos de prejuicios?
Siempre he pensado que uno de los mejores métodos educativos es la educación por la acción. Que hay que predicar con el ejemplo. Y, sobre todo, que tienes que creerte lo que vendes. Quizá por eso cuando sales fuera de España y adquieres un poco de perspectiva, te das cuenta de que en general aquí no somos buenos vendedores de nuestro propios productos. No somos capaces de demostrarle a la gente que nuestro producto es la pieza que falta para que sus ideas funcionen.
El grupo con el que cené anoche ronda la media de los 23 años. Andaluces todos, de fuera de Sevilla. Hoy les premiaban aquí por su labor de emprendimiento en Andalucía dándoles un Premio Andalucía Joven (del que no hay información oficial en la página de la Junta de Andalucía).
Y había escrito un montón de cosas de aquí para abajo, pero creo que cada uno puede sacar sus propias conclusiones.
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