Presentación Anuario Joly Andalucía 2011

Ayer nos juntamos unos cuantos y nos fuimos de cena. Cuando estábamos de camino, preguntaron a dónde íbamos. Cuando le dijimos que a un japonés, tuvimos una mala cara.
– ¿Hay algún problema?
– No, no, vamos donde queráis. Pero yo ahí no como. Yo os miro comer y me tomo una cerveza.
La curiosidad me mataba. Después de comentarle lo que hay que comentarle a todo el mundo, que no sólo de pescado crudo viven los japoneses, pregunté por qué. Y se escuchó la primera perla de la noche.
Es que a mí la comida asiática en general me da asco. Lo guarros que son en la cocina y cómo la preparan.
Normalmente me gusta discutir las cosas, argumentar, etc. No lo hago con los dogmas de fé. Con las cosas que la gente tiene como leyes inamovibles.
Me da por preguntar si alguien más tiene problemas con algún tipo de comida étnica y si podemos ir a un turco, y una mano discreta se levanta diciendo que las comidas indias tampoco gustan. Al momento siguiente también se descartó la posibilidad de mejicano, y ni pregunté la posibilidad de llevarlos a un griego.
Oye, ¿y si nos lleváis a un sitio típico de aquí? A comer montaditos.
Montaditos. Vale. No nos planteamos siquiera el McDonald’s sevillano a.k.a. 100 montaditos, y nos llevamos el paquete de gente a una taberna de barrio. Montaditos, sitio no muy limpio, con sillas de feria, y al parecer todo el mundo más a gusto que un arbusto. Lo que son las cosas.
Estas cosas te hacen pensar. Te hacen pensar acerca de los prejuicios. En la facilidad de criticar sin conocer. En lo exigentes que somos con algunas cosas, y lo laxos que somos con otras. En nuestra cultura en general. Del riesgo que somos capaces de aceptar los emprendedores. Porque, ¿con qué cara pides a otros que se arriesguen, inviertan, confíen, prueben tus productos, si tú no eres capaz de probar cosas nuevas y estás llenos de prejuicios?
Siempre he pensado que uno de los mejores métodos educativos es la educación por la acción. Que hay que predicar con el ejemplo. Y, sobre todo, que tienes que creerte lo que vendes. Quizá por eso cuando sales fuera de España y adquieres un poco de perspectiva, te das cuenta de que en general aquí no somos buenos vendedores de nuestro propios productos. No somos capaces de demostrarle a la gente que nuestro producto es la pieza que falta para que sus ideas funcionen.
El grupo con el que cené anoche ronda la media de los 23 años. Andaluces todos, de fuera de Sevilla. Hoy les premiaban aquí por su labor de emprendimiento en Andalucía dándoles un Premio Andalucía Joven (del que no hay información oficial en la página de la Junta de Andalucía).
Y había escrito un montón de cosas de aquí para abajo, pero creo que cada uno puede sacar sus propias conclusiones.
Tener una empresa pequeña no es fácil. Nunca lo ha sido, pero en estos días se hace muy cuesta arriba. Perspectiva para afirmarlo no me falta. He sido autónomo en tres campos distintos, he trabajado por cuenta ajena, y he tenido una empresa que me llevó a la quiebra profesional y personal.
Ésta es la quinta vez que monto algo. He intentado hacerlo bien. He intentado aplicar todo lo aprendido. He viajado. He tomado notas. He hecho contactos. He utilizado todas las experiencias de mis viajes, de otras empresas. He conocido y hablado, antes de que tuvieran sus empresas actuales, con los ingenieros de sistemas de Twitter. Con los de FriendFeed. Con los de Tumblr. Con el equipo completo de WordPress. Y he vuelto a equivocarme.
Mi equivocación de esta vez es muy grave. Debería haber tenido las mismas aspiraciones que las cuatro veces anteriores: que la empresa funcionase. Pero no. Mi anterior experiencia empresarial me salió muy cara, en todos los sentidos. Esta vez quería, necesitaba, algo distinto y definitivo. Me encontré con que mi socio es igual de estúpido e idealista, con un equipo que nos hace ser una de las 50 mejores empresas del mundo en nuestro campo, y decidimos que queríamos dar un paso más. Queríamos destacar. ¡Destacar! ¡Ilusos! ¿Acaso habíamos pedido permiso para eso?
En un mundo ideal, siendo bueno en tu campo lo único que tienes que hacer es salir a la calle, buscar clientes, y darte un poco de publicidad.
En nuestro mundo, cuando creces un poco, como premio te llaman las empresas grandes. ¡Yuju! Esta euforia no dura más de un mes. Dura únicamente hasta que descubres cómo funcionan las cosas.
Si quieres trabajar para una empresa grande que tenga contacto con alguna administración, olvídate de que se te conozca. La única forma de hacer algo con ellas es a través de una subcontrata. ¿Por qué? Porque los requisitos para trabajar con ellas son tan específicos que, normalmente, sólo una empresa (o grupo de empresas) los cumple. Son ellos, los intermediarios, los que te contratan para hacer el trabajo. Por un precio.
¿Cuál es el precio? Depende del intermediario. Algunas veces, un 20%.
– ¡Un 20%! ¡Pero eso me hace quedarme sin margen, casi que me sale a pagar a mí!
– No, no lo has entendido. En vez de 100 cobra 120, y ese 20 es para nosotros, por permitirte trabajar.
Por desgracia para nosotros, las empresas pequeñas, esto ocurre siempre con las empresas dependientes del entramado político.
– ¿Y por qué no te asocias con otras empresas para poder tener opciones a trabajar en algunos proyectos?
No es tan fácil. Los conglomerados de empresas pecan de algo similar. Quien organiza el cotarro parte y reparte, y se lleva la mejor parte. Nunca tienes claro a qué bolsillo van esos intermedios. Lo que sí sabes, porque sabes un poquito de contabilidad (lo que estudiaste la carrera y los 13 años en la brecha, quiebra incluída), es que el coste del intermediario a veces llega hasta el 80%. En definitiva, tú sigues estando en la misma situación precaria, estás regalando tu prestigio y tu trabajo, y además estás haciendo que alguien gane mucho dinero mientras que a ti te paga según sus criterios.
Desde hace cuatro años, el tiempo que tiene de vida Mecus, ha habido algunos intentos de reclutarnos. Pero no como se haría en Silicon Valley o como hemos visto en San Francisco. Aquí se parece más a un reclutamiento del Opus Dei.
Hemos intentado escapar de los intermediarios. Hemos intentado hacer las cosas bien. Hemos intentado no traicionar nuestros valores y convicciones. Hemos seguido siendo idealistas. No hemos tomado la salida fácil, escapando de los conglomerados. De las subcontratas, convirtiéndolas en asociaciones. De hacer los amigos que deberíamos haber hecho durante estos cuatro años para ser ahora una empresa de éxito. A cambio, nos hemos visto privados del privilegio de cobrar cientos de miles de euros por hacer una página web (por ejemplo), y nos hemos visto arrastrados a seguir manteniendo nuestros discretos precios.
Hemos estado todo este tiempo sintiéndonos orgullosos por hacer las cosas como creemos que deben hacerse. Dándole el valor adecuado a cada cosa. Llevando nuestra independencia y libertad por bandera. Viviendo, con esfuerzo, de nuestros esfuerzos. Hasta ahora.
Salirse del tiesto es algo que se paga caro. Puede que más aquí que en cualquier otro lugar. No estar dentro del sistema también te asegura que, al no tener el respaldo de mamá, papá te pagará cuando le venga en gana. Tanto es así que contamos ahora con facturas impagadas desde hace 10, 12 y hasta 20 meses. Trabajo que hemos realizado, humildemente, en nuestra pequeña empresa. Trabajo que es nuestro único pan, y que se nos niega día tras día cada vez que reclamamos lo que es nuestro. El gran problema de todo esto es que cada cliente moroso nos cuesta dinero. Dinero de hospedajes, de mantenimientos, y de IVAs ya pagados de las facturas debidas. Dinero de teléfono. Dinero de horas perdidas. Dinero de desplazamientos para nada. Tiempo y esfuerzo que, al final, aunque sigamos insistiendo, en un gran porcentaje caerán en saco roto.
Por desgracia, no es una situación que me sea desconocida. Una vez pequé, por necesidad. Cuando quebramos en mi antigua empresa, el abogado nos recomendó hacer lo que en economía se conoce como «cierre a la sevillana». Esto es, dejar la empresa sin actividad durante cinco años para que las facturas caduquen y, después, disolver la empresa. Ésta, por desgracia, es una práctica común. Algunos de vosotros conoceréis a alguien que tiene dos o tres empresas que hacen lo mismo, con distintos nombres, para repartir las cosas y tener una salvaguarda en el momento de necesitarlo.
Otras prácticas aledañas, con las pequeñas empresas, también son moneda de cambio común. En este caso, dilatar los pagos en el tiempo hasta que la empresa no tenga más remedio que cerrar, y así quedar exento del pago de la factura. Todo un ejemplo de cómo funciona el sentido de la responsabilidad y el tejido empresarial de esta nuestra sociedad, donde la supervivencia de unos es a costa de la caída de otros.
Después de años de experiencia, una cosa me queda clara. En otros sitios es posible destacar. En Andalucía nadie sube sin ayuda. Si alguien está arriba es porque tenía las posibilidades económicas suficientes para poder subir, porque es o ha sido partícipe de los intermediarios, o porque tiene clientes y/o inversores que no son de aquí.
La política en este país es paralela. Da igual lo que hagamos, quién esté arriba. Los intermediarios, gobierne quien gobierne, van a ser los mismos. Ellos sí hicieron los amigos adecuados. Y ahora da igual quién esté al mando. Para llegar arriba, los intermediarios son los mismos.
Ayer lo vimos en un debate televisado, en el que intentaban convencernos de que el día 20 sólo participan dos partidos. Sí, esto es lo que nos venden. Que para progresar, hay que venderse. Y nosotros, los pequeños, no importamos.
Lo veo a diario. Cuando nada me respalda después de meses sin cobrar. Cuando los bancos, para prestarte dinero, te piden que antes lo tengas, y ninguna otra garantía vale. ¡Si lo tengo no lo necesito! Los pequeños empresarios, los de a pie, no importamos. Ni en la empresa, ni en la política. Ayer nos demostraron que el 15M no existe, todo ha sido producto de nuestra imaginación. Igual que producto de mi imaginación es encontrarme con todas las puertas cerradas porque no quiero venderme.
Me gusta comparar la política y nuestra situación con un restaurante, en el que entras y te ponen un cubierto y una sopa de picadillo.
– Oiga, que…
– ¿De beber?
– Coca Cola.
– Tengo Pepsi.
– Bueno, es lo mismo. Me da igual roja que azul.
Y al rato:
– ¿De segundo? Tenemos filete de pollo o filete de cerdo.
– Prefiero pescado.
– No tenemos, sólo filetes.
– ¿Y una ensalada?
– Sólo carne.
– ¿Ternera?
– Pollo o cerdo.
Ésta es nuestra realidad. Dentro de dos semanas nos dejan elegir entre dos menús, con todo muy cerradito, sin posibilidad de sacar un pie fuera. Nos hacen creer con los primeros grandes bloques, el más importante, en un debate, que ellos deciden sobre la economía del país. Como dice Yolanda en un comentario en el blog de Jesús Encinar:
Al Gobierno no le pido que me de trabajo ni que mejore mi economía personal. De eso ya me encargo yo con mi esfuerzo. Lo que le pido es lo que no está en mi mano: legislar para proteger mi vida, para que tenga las mismas oportunidades que los demás, para que no haya discriminaciones. Por eso nunca he votado por la política económica de un partido, sino por su política social. Es donde pueden marcar la diferencia. La economía la mueven otros poderes.
En políticas sociales podríamos pedirles que instaran a pagar a las empresas que deben dinero. Pero no. Las grandes sobreviven, haciéndolo mal, y las pequeñas mueren, haciéndolo bien, por la incompetencia y la parsimonia de los de arriba, a los que no importamos nada.
Aunque el futuro de mi empresa sea cerrar, no voy a venderme. Voy a dejar que todos me llamen idiota por no querer chupar de la teta habiendo tenido y teniendo la posibilidad. Voy a intentar aguantar. Voy a intentar seguir haciendo bien mi trabajo, como en estos años. Voy a seguir trabajando 80 horas a la semana, como en estos últimos meses, para conseguir sobrevivir y suplir todos los costes asociados de los clientes que no nos pagan. Voy a seguir sin tener fines de semana. En definitiva, voy a seguir siendo el mismo estúpido idealista. Puede que el futuro sea caer, pero no sin pelear. Y nunca sintiendo que estoy traicionando todos los valores que he llevado por bandera durante toda mi vida. Me educaron así, y estoy muy agradecido por ello.
Dentro de 12 días nos llaman a votar. El sentido de la responsabilidad me puede. Cuando tenía 18 años iba orgulloso a votar. 11 años después voy sabiendo que ya no existe el voto útil, que aquello fue sólo otra forma más de engañarnos. Ahora que las cosas están mal, se ve quién controla qué, quién gobierna de verdad. Y no son los políticos. Qué poco hemos cambiado desde la Edad Media, y qué atrás quedó la Revolución Francesa.
El día 20 iré a votar. No votaré a ninguno de los grandes. Tampoco votaré a ninguno de los medianos. En algunos de ellos he visto cómo, después de años de trabajo por parte de algunos de sus miembros, estos han sido desplazados por la decisión del partido, venido de Madrid hace unos días para representarnos. Muy bonito cuando empezaron, pero han llegado a donde están por el mismo camino.
El día 20 no toca comer de menú. Toca irse a tapear a las tres mil. Toca ser idealista. Toca ser independiente. Toca apoyar a los míos. A todos aquellos que no quieren chupar de la teta y seguir exprimiendo a una vaca que cada vez está más flaca. Toca apoyar a alguien que nunca gobernará. Toca intentar que alguien, que no está viciado por el sistema y que no baila al ritmo de sus tambores, se siente a su lado. Toca que tengan las cámaras llenas de personas que no importan, de estúpidos idealistas. Porque su voto no vale nada en comparación con las mayorías, pero no dudarán en remover conciencias a cada paso que den.
Porque sí importamos.
Llevaba más de un mes sin escribir, porque tocaba escribir en otros sitios y dedicarse a otras cosas. Escribir siempre es una buena terapia. Ayuda a asentar las ideas. A pensar. A tranquilizarse. Y a ver el futuro con otra perspectiva.
En 15 días empieza la revolución. Tocará decirle adiós a los clientes que nos están costando dinero, y hola a nuevos proyectos. Tocará enfrentarse con mucha gente, y dejar muchas cosas claras. Tocará hacerse valer y hacer valer nuestro trabajo. Tocará ganarse enemistades y que hablen mal de nosotros. Tocará pelear por lo nuestro.
Ya lo dice el refranero. Renovarse o morir. Los morosos, con cualquiera de las dos opciones, quedan con el mismo «problema»: se quedan sin nuestro servicio. La gran diferencia, sobre todo para nosotros, es que no nos vamos a olvidar de su factura.
Sí, habéis oído bien. La edición 2011 del festival Creamfields Andalucía será en Jerez, en el Circuito de Velocidad, emulando al último Espárrago Rock.
Confirmados en cartel, The Prodigy.
Y me lo pierdo, porque andaré en la WordCamp SF 2011. ¿Por qué tienen que ponerlo todo a la vez? ¿No hay más fines de semana?
La noticia la vi en Absolut Jerez.
Hace mucho tiempo esa frase que tenéis en el título, «te conozco del fotolog», era muy común en las noches sevillanas. Hablamos de hace unos cuantos años, allá por los años 2004 y 2005. Fotolog era un sistema que permitía comunicarse por internet al más puro estilo blog, incluyendo fotos. Pero el fotolog tenía restricciones: sólo una foto al día y un número muy limitado de comentarios. Nada agradable para la gente que había convertido el sistema en su medio de vida y relación con sus colegas, que se pasaban las tardes copiando los comentarios, borrándolos, y añadiéndolos en un único comentario para que más gente pudiera comentar.
En enero de 2006 apareció en España Tuenti, y todo el que pudo se olvidó del fotolog y se fue corriendo al nuevo sitio, que te permitía poner todas las fotos que quisieras y comentar todo lo que quisieras. ¡Un lujo! Recuerdo todavía las conversaciones los sábados en los scouts.
–»Deja el fotolog y hazte un tuenti. Puedes poner todas las fotos que quieras y comentar lo que quieras».
En 2008, con el sistema un poco más popularizado, Bernardo Hernández nos enseñaba gráficas en Factoría Web 2.0 de Sevilla y nos decía que era sorprendente el caso Tuenti, cómo había crecido, y sobre todo cómo lo había hecho en algunas comunidades como Andalucía, y en algunas ciudades como Sevilla. Se me ocurrió levantar la mano y decirle que eso se podía llamar tranquilamente el efecto fotolog, por las razones que explicaba antes. La prueba palpable está en el grupo que ha creado Rubén, uno de los pocos amigos que conservo de mi etapa fotologuera, titulado Usuarios de facebook que señalan y dicen «Todo esto antes era fotolog». Aunque Rubén lo extrapole ahora a facebook, el detonante del cambio fue Tuenti, y de ahí su éxito en Sevilla y Andalucía.
En parte entiendo a Rubén. El fotolog fue una parte importante de nuestras vidas (en nuestro caso hizo que nos conociéramos, por ejemplo). Fue nuestra primera red social. Y algo hicieron muy bien: el poder poner una única foto y tener sólo 20 comentarios por foto te permitía poder mantener un grupo de amigos a través del sistema. Ahora, con fotos infinitas y comentarios infinitos en los nuevos sistemas, todo eso se dispersa, dejándonos un poco huérfanos ese sentimiento de cercanía que no seremos capaces de conseguir nunca ni con tuenti ni con facebook.
Esto no tiene nada que ver con lo que iba a escribir cuando he abierto esto hace un rato, pero ha salido así, y ahí queda. Disfrutadlo.