Ayer quedamos para comer. Un domingo, a la carrera como casi siempre, para vernos, celebrar cumpleaños, y volvernos a casa.
Y ayer, hablando, también hablábamos del tiempo que hacía que no nos veíamos. Que no habíamos perdido el contacto, pero hacía casi un año que no nos veíamos en persona.
Y este año es que ha sido… complicado. Empiezas a remontarte el en tiempo, y el primer aviso de cómo iba a ser todo llegó en marzo de 2014. Ahí el desfibrilador dio el primer aviso. Eh, o te paras, o te paro yo. Y claro, me paró. Y yo y mi estúpido sentido del deber volvimos a forzar la situación, y entonces es cuando todo, de verdad, petó.
El último pete gordo fue en junio de 2014. Poco después, y viendo que las cargas de trabajo no mejoraban y que lo único que hacía era maltratarme, decidí dejar la empresa. Mi salida se hizo efectiva 9 meses más tarde. Ya tardé. Y ya fue tarde.
En ese tiempo me dio tiempo a mirar atrás y a ver que en estos años la gente de nuestro alrededor había movido sus vidas hacia todos sitios: niños, empresas, proyectos, cambios, viajes, mejoras… mientras que nosotros nos quedábamos siempre atascados en el mismo sitio, sin progresar, entre el trabajo y la salud.
2015 fue arrastrando los efectos de todo el maltrato anterior, al que se unió un amigo sorpresa en enero: los medicamentos genéricos. Un genérico que no me hacía el mismo efecto que el que llevaba tomando desde hacía años, y que nos puso de nuevo al borde del desastre. En ese tiempo hice cosas, sí. Los viajes, restringidos a los de trabajo, y el año anterior, incluso esos que no debes perderte porque pierdes todos los contactos para el año anterior, los tuvimos que dejar pasar. Así que de nuevo, entre el trabajo y la salud se pasaban los días.
Cuando por fin me despedí de la empresa, 9 meses después de anunciarlo, la cosa cambió un poco. La pérdida de estrés acumulado se notó, al mismo tiempo que conseguimos, de urgencia y después de algún que otro susto, que me prescribieran de nuevo mi medicación original y volver a ir como un reloj.
Justo en el mes en el que estaba mejorando mi inglés para preparar entrevistas de trabajo para el futuro y empezábamos a preparar Pixelated Heart, me buscaron como contacto para encontrar a alguien para una empresa extranjera, y me quedé con el puesto. Después de 2 meses de prueba, me convertí en su CTO, y ahí sigo ahora mismo. Un trabajo cómodo, desde casa, conectado, y que me está dando grandes satisfacciones. Además, ya teníamos en marcha Pixelated Heart, así que continuamos con el proyecto aunque haya tenido varios parones por las últimas circunstancias.
Porque los últimos meses no han sido buenos. Llegamos a asustarnos (de puertas de casa para adentro, claro) pensando que esto estaba dejando de verdad de funcionar y que la cosa se podía poner seria. Hemos pasado días de no poder movernos, de tener miedo de salir a la calle, de no poder ponernos de pie, de que nos costaran trabajo hasta las cosas más nimias… Qué difícil es hacer eso que uno piensa que es natural cuando está limitado. Y cómo nos cambia la perspectiva del mundo.
El soplo de aire fresco llegó en navidad, y por casualidad. Tirado en el sofá sin poder moverme, que alguien me dijera tú lo que tienes es vértigo dio con la clave para el futuro. Vértigo. Una putada hasta que hemos conseguido controlarlo, y todavía estamos a medias, pero se abre una puerta de dos hojas que nos muestra un camino mucho más llano para poder seguir adelante.
La putada: hay una nueva legislación que dice que después de un choque de desfibrilador te quedas 6 mesecillos de nada sin carnet. Además de la ya putada anterior de renovar carnet anualmente, porque cada 3 años les parecía demasiado por si nos morimos o algo en el intermedio. Si es que nuestros legisladores son unos soles.
En resumen: un año en el que hemos visto a poca gente y en el que nos hemos despedido de los problemas e histerias de los demás, de todo lo que ellos consideraban importante, para dejar espacio y dedicarnos a nosotros mismos. Gracias a que nos hemos disciplinado, y a lo que hemos hecho, vamos a tener 2016. Y que sean muchos más. Hay quien no lo entiende por mucho que se lo expliques y que incluso te maltratan sin saberlo. Ni siquiera a ellos les deseo media horita de un vértigo. También me ha venido bien en ese aspecto caer en una empresa que se dedica a buscar el crecimiento y el desarrollo personal: lo aplicamos internamente, y aprendemos a ser felices con lo que tenemos. Y cuando no se puede tener todo, porque estamos limitados, tenemos que aprender a vivir con ello, a elegir, a seleccionar, y a quedarnos con las pocas cosas (amistades, eventos sociales, mascotas, relaciones, visitas) que podamos manejar. No es un menos es más. Es un esto es lo que hay.
Paso por el blog una vez al año a quejarme. No es un me duele aquí, me duele allí (aunque podría, que para eso es el blog de uno). Quejarnos nunca nos ha servido, y al final lo que buscamos en todo momento es buscar la forma de hacer lo que podamos con lo que tenemos. Es más una pequeña autoevaluación, y sobre todo un status para los amigos que seguimos en contacto casi exclusivamente a través del blog. Sois 64 según las estadísticas, así que estas cosas que escribo anualmente tampoco llegan demasiado lejos :P.
Con todo lo que hemos pasado, 2015 no ha sido un año malo. Todo lo estancado que me había sentido en los años anteriores, y todo lo mal que me sentía por estar haciendo sufrir a la gente de mi alrededor por forzar la máquina más de la cuenta por sueños que ni siquiera eran míos, ha quedado en un segundo plano. Los últimos meses de no salir para prácticamente nada, de necesitar apoyo para dar mis clases (gracias, Iñaki), y de reorganizar nuestras vidas y planteamientos, no han sido fáciles, pero hemos conseguido superarlos como hemos superado todo lo que nos hemos ido encontrando en el camino. Y ahora que el camino se allana, sólo hay que seguir andando.
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