Hoy ha sido un día raro. Son las 8 de la tarde, y estoy en pijama en el salón. Va a ser el primer día en muchos meses que no voy a cumplir con mis kilómetros, y que no voy a cumplir con nada. Hoy toca día libre.
Hoy me tocaba revisión. Venía con mis nervios habituales, esas cosas que no puedes evitar. Siempre tienes la cosilla de qué te van a decir. De si el desfibrilador sigue funcionando. De si aquella noche te acercaste demasiado a aquel altavoz y el imán le afectó. De si aquel día te acercaste demasiado a la cocina de inducción… Esas cosas que te dices que no importan demasiado porque lo tienes controlado, pero en realidad sabes que sí importan porque no tienes un corazón normofuncionante.
Ayer fue un día extraño. Aunque en realidad fue una semana extraña. Una semana llena de trabajo, una mañana de favores y carreras, algo de nervios por una entrega, trabajos de cosplay, quedadas de organización… Y a todo eso le unimos un fin de semana de dormir poco (muy poco), presentaciones de libros, conciertos, y salidas nocturnas. El domingo debería haberme tirado todo el día dormitando en el sofá, y en cambio me hice mis kilómetros con el Pongo, y no dormí casi nada con el cambio de hora. Lo intenté, pero al final, después de toda una noche sin dormir y la falta de sueño, conseguí echar tres cutres siestas a lo largo del día. Nada productivo.
Esta mañana el cansancio ha hecho de las suyas, y en el paseo de la mañana me ha pegado el bajón. Normal y habitual después de todo lo que ha pasado durante el fin de semana, pero extraño porque no me pasaba desde enero (miento en realidad, hubo un mini amago en Bogotá que os cuento otro día, pero no de esta intensidad), y ha sido fastidioso. Por suerte, queda gente buena en el mundo. Un señor me ha visto sentado en el suelo y se ha ofrecido a acercarme a casa en la furgoneta del trabajo. Y me ha dejado en la puerta. Gracias :). Al volver a casa he mandado un par de correos, me he olvidado de que tenía trabajo, y me he echado a recuperar sueño antes de la cita con el médico. Algo recuperé, pero no lo suficiente, y la cita ha estado entre mareos después de mucho tiempo. Así que al volver a casa, otra vez a dormitar hasta recuperar, y esta noche otra vez a dormir hasta que el cuerpo se recupere del todo.
Estas cosas siempre me hacen pensar en lo frágil que es nuestro cuerpo. Cuando se está bien, estamos muy bien. Pero el equilibrio es tremendamente frágil. Un pequeño detalle lo puede desestabilizar todo. Siempre recuerdo aquella época en la que me costaba una barbaridad cruzar un semáforo de peatones antes de que se volviera a poner en rojo, o cuando llegar al parque de la urbanización para sacar al enano era el trabajo de todo un día y volvía a casa reventado.
Estos meses he avanzado mucho. Muchísimo. Tengo personas puntuales a las que agradecérselo porque han estado todo este tiempo a mi lado y han estado ayudándome a cada paso. Y en las últimas semanas, he dado pasos de gigante. Tan grandes que hasta me estaba costando creérmelos a mí. Y este fin de semana me he excedido un pelín precisamente celebrando todo este progreso con Moi. Porque nos lo merecíamos, qué leches. Y ha sido genial.
No viene mal recordar que tienes estos momentos. El momento de bajón, que viene con el pequeño momento de miedo de que la cosa se descontrole y salte. Que sabes que no. Que las sesiones de cardio te han hecho más fuerte y resistente. Que los tiempos de recuperación que tenía en junio y julio después de nadar 40 metros en la playa no tienen nada que ver con los de ahora, que son los de una persona normal. Que cada día todo está más en su sitio. Pero entonces eres tu peor enemigo, y empiezas a pensar en el y si salta. Y si de repente se le ocurre hacer la gracia, y tú te quedas 6 meses sin carnet de conducir por una estúpida regulación de tráfico que hacen personas que ni siquiera entienden qué están regulando. Y tienes que sacar todos tus años de control de estrés y ansiedad para relativizarlo todo, y sólo pensar en el momento, y en los dos minutos después. Al fin y al cabo, nuestras experiencias nos modelan, pero seguimos siendo humanos. Seguimos teniendo nuestros miedos. Y, en este caso, estoy muy contento de haberme preparado para ellos.
Y todo esto en realidad iban a ser tres artículos y le iba a dar algo de contenido al blog, que lleva mucho, parado, pero no he querido separarlo. Así que aquí va la tercera parte también.
Anoche soñé. Es un sueño recurrente. Con el que me convenzo cada día de que hay que seguir. He estado ahí, a las puertas de irme para siempre, más de una vez. He visto la nada. Y he vivido el no sentir más que paz y tranquilidad mientras todo se apagaba.
Tengo el convencimiento de que después no hay nada. Que todo lo que tenemos, es lo que tenemos aquí. No sé por qué. No sé quién fue el artífice. Ni por qué decidió que las cosas tenían que ser así. O si es cruel que no haya nada más después. Pero para mí, esto es lo que hay. Y lo tenemos que disfrutar al máximo. Aprender. Crecer. Sentir. Vivir.
Cuando me vaya, todo esto ya no me importará. No recordaré nada. No tendré ninguna preocupación. Todo estará vacío. Y yo ya ni sentiré, ni sufriré, ni tendré nada que pensar. Pero cuando pienso en que he forzado la máquina y lo que, en otras circunstancias, podría desencadenar, sí empiezo a pensar. En tenerlo todo recogido. En no dejar a nadie ningún marrón. En tener todos mis papeles ordenados y accesibles. En haber escrito en este blog todo lo que sé, o lo que pienso, para que en algún momento alguien, en el futuro, lo pueda aprovechar. En compartir. En enseñar. En todo lo que me queda por ofrecer. Pero sobre todo pienso en las personas. Pienso en mi gente cercana. En mi familia. Pienso en la gente que me tiene muy cerca todos los días, y que me echaría de menos. Pienso en los que me tienen lejos y me ven sólo de vez en cuando. Pienso en tanta gente que ha pasado por mi vida, y tantas vidas por las que he pasado y he intentado dejar huella. Pienso en Inés, en Silvia, en María. Pienso en Moi, en César, en Mauri, en Busta, en Carlos. Pienso en todos los momentos que nos quedan por vivir juntos. Pienso en todo lo que queda por venir.
Y pienso en todo el trabajo que he estado haciendo durante todo este tiempo, y en todo lo que he conseguido. En gran parte gracias a vuestro apoyo. A vuestra ayuda. A todo lo que me habéis dado. A todo lo que me seguís dando. A la paciencia que habéis tenido conmigo en tantos momentos. Y a lo mucho que me queréis y me habéis querido.
Quiero seguir formando parte de vuestras vidas. Y, sobre todo, quiero que sigáis formando parte de la mía. Los pequeños sustos a veces nos centran de nuevo. Tengo claros los objetivos. Vamos juntos a por ellos.
The strength of the wolf is the pack.
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