Han pasado 3 semanas. Y todavía lo tengo todo muy cerca. Si cierro los ojos, todavía puedo rememorar momento a momento su última noche, y el momento en el que nos dijo adiós para siempre. Los sentimientos cruzados de ese momento, de que por fin podía descansar, y de que no quería que se fuese de ninguna de las maneras.
La semana pasada intenté empezar a coger el ritmo. Y fue imposible. Cualquier cosa en internet me recordaba a él. Móvil, correo, Facebook, twitter… Tener una vida digital intensa también tiene lo suyo. Por un lado, ayuda muchísimo el saber que su legado está ahí. Por otro, todavía es difícil entrar en ese flickr y empezar a ver fotos. Todo se me removía por dentro, y me quedaba pegado a una foto, acordándome de todo lo que significó ese momento.
Con la casa me pasa lo mismo. No quiero irme de aquí. No puedo. Cada mueble, libro, aparato, cosa… tiene su historia. Una historia común que me hacen sentirme bien, porque me hacen recordar todo lo que hemos vivido juntos. Porque al final es esto. Esto es lo que queda. Los miles de momentos que pasamos juntos.
No éramos ajenos a lo que nos pasaba. Recuerdo que su último regalo de navidad se lo di en noviembre porque no sabíamos qué iba a pasar dentro de un mes, a lo mejor no estábamos. No lo decíamos por decir. Éramos muy conscientes de lo que nos han regalado. Él llevaba 15 años de bola extra, y yo hago 12 dentro de 5 días. El destino, la suerte, o lo que sea, nos había regalado a los dos una nueva oportunidad de seguir adelante. En el primer mundo, con sanidad pública, con familias que nos apoyan, con capacidad económica, y con posibilidad de cumplir todos nuestros sueños. Hemos sido unos malditos privilegiados, y lo hemos sabido durante todo este tiempo. Hemos sido tremendamente felices, y hemos sido conscientes de que en sólo 9 años hemos vivido más de lo que muchas personas han sido capaces de vivir en toda su vida. Además, lo hemos hecho en una era tecnológicamente avanzada que nos ha permitido nuevas vías de conocimiento, de entretenimiento, de diversión… Hemos aprovechado lo mejor.
Es verdad que nos quedaron muchísimas cosas por hacer. Pero una persona sin retos ni metas no tiene espíritu por vivir y seguir adelante. Sabíamos también que muchas serían imposibles, pero ahí estaban. Y no estoy triste por no haberlas conseguido. Porque si no las hemos hecho es porque no hemos tenido tiempo suficiente.
La semana pasada no paraba de pensar en que ya no me apetecería hacer las mil y una cosas que antes hacíamos juntos, y que ya no querría ir a los sitios que teníamos planeado visitar. Pero hoy no. Hoy pienso en cómo quiero seguir haciendo todas esas cosas, para poder recordar cómo las hacíamos juntos. Y quiero ir a todos esos sitios. Porque la semana pasada lo sentía todo como sus ilusiones frustradas. Y no es verdad. Fueron las ilusiones de los dos. Compartidas. Y no puedo cerrarles la puerta y olvidarme de lo que creamos juntos. De lo que nos unía. De lo parecidos que éramos en algunas cosas, y lo distintos que éramos en otras.
Hoy me he puesto a escribir estoy y estoy mojándome el pecho porque lo necesitaba. Este blog empezó cuando empezó mi segunda oportunidad. La psicóloga clínica me recomendó escribir un diario, y yo decidí hacerlo online. Siempre ha sido mi terapia, mi forma de relajarme, de dejar salir lo que siento. Y voy a seguir haciéndolo. A tener este ratito diario para mí en el que poder buscar fotos, contar viajes, y acordarme de todo lo que hicimos. De seguir adelante. De apuntar los progresos. De continuar.
Esta mañana me rebotaba con alguien por twitter. Al cáncer no se le gana. Quien no es capaz de superarlo no es un perdedor. En el momento en el que aparece una metástasis, el cáncer ya ha ganado la partida. Y tú lo único que puedes hacer es sobrevivir.
Fran no sobrevivió. Fran vivió. Lo más fuerte que pudo. Llenamos nuestra vida de días llenos de amor, ilusión, risas, alegrías, y mucho amor por nuestros animales. Fuimos infantiles. Fuimos adolescentes. Porque los adultos no tenemos que olvidarnos de cómo ser niños. Porque ese espíritu es el que tenemos que mantener el resto de nuestras vidas si de verdad queremos disfrutarla al máximo.
Fran es mi gran ejemplo de vida. Si había que reír, se reía. Si había que llorar, se lloraba. Recuerdo aún la llorera que nos pegamos en el cine en el final de 47 Ronin. Las dos veces que fuimos a verla al cine.
En el hospital, sabiendo ya lo que iba a pasar, sólo se preocupaba porque no estuviéramos mal. En algún momento se llega al final del camino. Y, si lo pienso, si el mío terminara hoy, todos los que están a mi alrededor pueden estar seguros de que fui feliz, de que viví todo lo que pude, que hice de todo lo que quise. Y que quise, mucho, a alguien.
Desde que salimos del hospital he dormido bien por las noches. No tengo experiencias paranormales ni lo siento a mi lado. Y tampoco estoy triste. Siempre hemos pensado que cuando todo se acaba, se acaba y ya está. Y que por eso hay que aprovechar el tiempo aquí al máximo. Sé que Fran fue feliz hasta el último momento, y sé que explotamos todo lo explotable lo que teníamos. A veces sí miro alguna foto, algún comic, algún peluche, con algo de melancolía, porque me acuerdo muchísimo de él. Pero eso no va a cambiar. Ni mañana, ni nunca. Porque no tiene que cambiar. Porque de la gente que ha sido importante para ti te acuerdas siempre, haya pasado el tiempo que haya pasado. Y eso no sólo no te impide seguir adelante, sino que te da fuerzas para conseguirlo.
No sé por qué me tocó a mí, pero una vez conseguí mi primera bola extra, y ahora empieza la tercera parte de mi vida. Sin Fran. Pero con Pongo, nuestro dragón, una familia que me apoya, 6 proyectos comunes que haré que vean la luz en su nombre, y todos los recuerdos que construimos juntos. Es hora de avanzar y de hacer que su legado se recuerde siempre.
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