No tengo una memoria hierética como Sheldon, pero durante toda mi vida de estudiante he gozado de una memoria fotográfica que me ha ayudado mucho.
Últimamente, ordenando la casa y tirando cosas antiguas, han aparecido muchos trastos que me han traído muchas otras cosas a la memoria. Cosas olvidadas, sin sentido, que de otra forma quizá no habría vuelto a recordar.
Es curioso cómo funciona la mente. Recuerdo el día en que aprendí la palabra «bocajarro». Estábamos haciendo una lectura en clase y nos habían dado una fotocopia a cada uno de un texto de un periódico. El trozo completo trataba de un «disparo a bocajarro». Nosotros teníamos que subrayar las palabras que no entendiéramos, y yo hice una gran raya debajo de «bocarrajo». Porque, además de no conocer la palabra, estaba mal escrita. Cuando me tocó leer la frase en alto, mi «disparo a bocarrajo», la profe me corrigió. «Es bocajarro». «Pues está mal escrito».
Desde entonces las dos palabras suenan a la vez en mi cabeza cada ve que las oigo o las veo escritas.
Y recordarlo me ha traído el recuerdo de cuando aprendí la palabra «dracena». Fue con un libro titulado Piripitusa. O aquel libro que leí dos veces y nunca terminé de entender, Jeruso quiere ser gente, de la serie azul de El barco de vapor. No estaba yo todavía preparado para la literatura nórdica. O mi primer libro de la serie roja, Herman, que tampoco recomendaría para edades infantiles y principios de juveniles.
Después ya vino el detective Flanagan, y empezó a aparecer el manga 🙂
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